Antecedentes.
La II República aguantó
una guerra de casi tres años contra un ejército mucho más
consolidado, el franquista, que además de tener la iniciativa,
grandes recursos financieros y la complicidad del mundo capitalista,
contó con el apoyo de las armas más modernas y con unidades
regulares de otros ejércitos que superaban al español en potencia:
CTV y Legión Cóndor, a los que debe sumarse una formidable fuerza
de infantería constituida por miles de combatientes rifeños a
sueldo.
Por su parte, careciendo
de almacenes llenos de armas o de una industria que pudiera
producirlos, el gobierno y las organizaciones republicanas, por
contar con las reservas de oro, pudieron recurrir a la compra de
material bélico de primera (y segunda) calidad a la URSS. Recibieron
también entre 35 y 50.000 combatientes voluntarios internacionales
que fueron encuadrados en seis brigadas XI, XII, XIII, XIV, XV y CL.
Estos dos recursos fueron vitales para el Ejército Popular
Republicano (EPR), pero si algo fue determinante para permitir su
existencia durante casi 33 meses, fue su capacidad para ponerse en
pie nuevamente tras cada batalla de desgaste o derrota que tuvo que
afrontar, logrando incluso alcanzar algunas victorias en medio de una
guerra muy desfavorable, tanto dentro de España como en el terreno
diplomático. Esto se consiguió, entre otras cosas, con mucha
determinación, esfuerzo y sacrificio por parte de los combatientes.
El hecho de que demasiadas veces estos afrontaran a la lucha sin
posibilidades de vencer o siquiera de mantener sus posiciones no
significa que por sistema fueran lanzados al combate de cualquier
manera. Por el contrario, la II República hizo todo lo posible por
movilizar, organizar, armar e instruir, un verdadero ejército, pero
evidentemente faltaron unidad política, recursos y tiempo para
alcanzar un nivel más alto. En ese contexto, los brigadistas
vinieron para darlo todo, y eso fue exactamente lo que se les exigió.
Asumieron el peligroso compromiso de ser la vanguardia del
antifascismo y pagaron un precio enorme en vidas, igual que muchas
otras unidades españolas. Estoy convencido de que esto resultó
completamente inevitable a la vista de los parámetros que rigieron
la resistencia republicana y el papel cómplice de las “democracias”
respecto al campo sublevado.
Por las anteriores
razones, personalmente rechazo el término de carne de cañón
aplicado a las BBII o a cualquier otra unidad republicana que
combatiera junto a ellas, pero sí creo que se deben analizar y
criticar los problemas y limitaciones que afectaron a los partidos y
organizaciones del campo republicano, así como la estrategia seguida
por Negrín, Prieto, Rojo y el alto Mando del ejército popular.
Dentro de su limitada capacidad de maniobra, todos ellos determinaron
también cómo fue el empleo de los combatientes sobre la línea de
fuego, y como todo en la vida, seguramente eso se pudo hacer mejor,
pero no debemos olvidar que es muy fácil decirlo desde un sillón y
80 años después.
Vamos por partes:
Durante la II GM, la
Larga Marcha China, las luchas populares por la descolonización en
Asia y África y los movimientos guerrilleros del siglo XX en América
Latina, los insurgentes y/o los defensores de regímenes populares
similares a la II República española ya contaron al menos con
antecedentes y enseñanzas en las que apoyarse para organizar y
conducir en la guerra a una guerrilla, una milicia o una fuerza
regular. Por el contrario, en el verano de 1936, cuando a las
organizaciones del Frente Popular les tocó movilizar y armar a sus
bases para enfrentar la sublevación militar reaccionaria y fascista
iniciada el 17 de julio, no se podían apoyar en ninguna de estas
experiencias. En ese momento la izquierda española prácticamente
estaba abriendo camino, ya que solo contaba con la limitada
experiencia militar propia que le brindó el fallido intento
revolucionario de 1934 y con un par de ejemplos en el marco europeo:
la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia y posterior guerra civil
contra los ejércitos blancos apoyados desde las potencias europeas,
y la insurrección de la Liga Espartaquista de enero de 1919 en
Berlín, que fue aplastada tras una semana de lucha callejera. En el
verano de 1936 la parte del pueblo español que apoyaba a la
República estaba haciendo algo realmente difícil: formar una fuerza
armada sobre bases ideológicas y organizativas totalmente nuevas en
la historia nacional. Que esta fuerza fuera capaz de resistir casi
tres años frente al ejército franquista y sus aliados fascistas
dice mucho del grado de éxito conseguido partiendo de cero.
En Rusia, tras el triunfo
bolchevique en 1917, la fuerza militar miliciana y revolucionaria,
llamada Guardia Roja, fue transformada en Ejército Rojo en un
proceso relativamente rápido. Lo exigía la necesidad acuciante
impuesta por la situación bélica (I GM en curso desde tres años
atrás, y luego la guerra contrarrevolucionaria) y lo permitía la
existencia de una dirección política fuerte y unida en torno a un
programa político claro y un partido único con líderes muy
visibles, capaces y carismáticos que no dudaron en aplicar las
mediadas coercitivas necesarias. En esas condiciones, la vida de los
combatientes sería seguramente extremadamente dura y peligrosa, pero
gracias a que el Ejército Rojo alcanzó unas cualidades
fundamentales en un plazo razonable, fue capaz de consolidarse y
vencer, permitiendo que el régimen soviético consiguiera
sobrevivir. La guerra civil que terminó en 1923 y dejó más de
5.000.000 de muertos la ganaron la tenacidad y el acierto del
gobierno bolchevique, la inmensidad del territorio y la inigualable
capacidad de sufrimiento de los distintos pueblos de la recién
creada URSS, fundamentalmente el ruso.
Situación de la
República Española tras el 18 de julio de 1936.
A diferencia de la Rusia
revolucionaria, que heredó del régimen zarista la participación en
la I GM (desde 1914), la España republicana se despertó frente a un
golpe de estado de julio de 1937 de un día para otro, de forma que
cuando este se produjo, el gobierno legítimo tuvo enfrente a un
enemigo organizado, que contaba con un plan y tenía apoyos
exteriores comprometidos, mientras que la base social leal solo
estaba en alerta, pero no movilizada, y mucho menos armada y
encuadrada. Por otro lado, la inmediata disolución del ejército
dictada por el propio gobierno provocó (en la equivocada creencia
que las tropas de los sublevados se desentenderían de la obediencia
a sus oficiales) que se desestructurase más todavía el ejército en
la zona leal, con lo que tuvo que emprenderse su reorganización casi
completa. La carencia de oficiales (y dentro de ellos, de oficiales
fiables), y sobre todo de suboficiales, debió ser incluso más aguda
entonces en España que en la Rusia de octubre de 1917, ya que allí
la guerra en curso había provocado la llamada a filas de miles de
obreros y campesinos. Aquí, en cambio, solo estaban en plantilla los
militares de carrera, que mayoritariamente traicionaron a la
República. A esto hay que sumar el rechazo hacia todo lo militar que
sentía buena parte del proletariado español, que durante años
había visto marchar a sus hijos a un servicio militar largo,
peligroso e injusto, que por un lado eximía a quienes podían pagar
una suma elevada (la cuota), y por otro enviaba a miles de jóvenes a
crueles guerras coloniales en el Riff que solo beneficiaban a
minorías privilegiadas con intereses económicos directos en esa
zona. Por último, hay que mencionar una situación de baja
tecnificación del ejército, generalmente escaso de medios
mecanizados y artillería, lo que a la hora del combate, obligaba a
emplear más intensamente a la infantería. Además de esto,
comenzada la guerra civil, durante los primeros meses, las
organizaciones crearon, instruyeron y dieron identidad a sus propias
unidades militares, con lo que la situación distó de ser la
necesaria para que existiera un mando único y un ejército
cohesionado y bien organizado, algo fundamental a la hora de cuidar
bien de los soldados.
Todos estos factores,
actuando juntos en grado diferente según el momento o la zona que se
tome en cuenta, provocaron que el nuevo ejército (regular)
republicano tardara mucho en nacer y madurar, lo que tuvo una
traslación directa a la forma en que progresaron las operaciones
sobre el campo de batalla, donde hasta entrado 1937 las milicias de
las diferentes organizaciones del Frente Popular pagaron un precio
muy alto en hombres, material y territorio por tener que combatir y
resistir sin constituir todavía un verdadero ejército.
En el campo republicano,
a la mejorable velocidad con que se efectuó la militarización de
las fuerzas, habría que añadir lo que podríamos considerar
limitaciones y errores en la estrategia general con que fueron
conducidas las operaciones después de terminada la batalla de
Guadalajara (final de la primera fase netamente defensiva en los
frentes del Centro, mes de marzo de 1937).
En primer lugar, a
diferencia de lo que ocurría en la parte sublevada, en la zona
republicana no hubo nunca una militarización de todos los aspectos
de la vida nacional. Dicho de otro modo, por causa de las
características culturales e ideológicas imperantes en el campo
republicano, la soberanía militar no se impuso del todo sobre el
ámbito civil, manteniéndose para este último una serie de
funciones y derechos que eran poco frecuentes de ver en otros países
en tiempo de guerra. Desde el punto de vista político y emotivo esto
sin duda otorgó un perfil único a la GCE dentro de la historia de
la humanidad, pero también afectó de manera directa al rendimiento
e intensidad del esfuerzo bélico y laboral que se pudo hacer en el
frente y en la retaguardia.
Por otra parte, además
de la forma en que se gestionaron ciertos recursos y la existencia de
un fuerte poder civil que se mantuvo durante toda la guerra en la
zona republicana, opino que en la esfera netamente militar, hubiera
sido posible seguir una estrategia más defensiva, orientada a
alargar todavía más la guerra en lugar de intentar ganarla, pues
las condiciones materiales y políticas (disposición de armas,
hostilidad exterior y falta de mayor unidad política) no lo
permitían. Contrariamente a esto, el gobierno y el alto Mando
republicanos se comportaron como si resultara posible derrotar a
Franco con las armas y fuerzas disponibles, razón por la cual
buscaron en más de una ocasión una victoria sobre él que cambiara
el curso de la guerra (la batalla decisiva). Así, comprometiendo
todos los recursos disponibles en varias ofensivas en campo abierto,
aceleraron el desfondamiento del ejército popular en lugar de velar
por su conservación y fortaleza, aún cuando esto hubiera supuesto
tener que ceder territorio más rápidamente frente al enemigo.
La doctrina militar que
Vicente Rojo había aprendido en sus años de carrera era la propia
del militar de un país europeo desarrollado que miraba
fundamentalmente a los bien instruidos y armados ejércitos francés
y alemán y no a la lucha popular prolongada, que entonces además
casi no contaba con experiencias prácticas en las que inspirarse. En
esa coyuntura, creo que el PCE, a pesar de que se ha dicho muchas
veces lo contrario, estuvo muy lejos de tener un poder absoluto sobre
el ejército y la conducción de la guerra, e incluso se esforzó por
estar al servicio de la legalidad republicana antes que maniobrar
para imponer sus tesis a fondo, siguiendo en esto las directrices de
la URSS, que mirando sus propios intereses, no quería asustar al
Reino Unido y Francia permitiendo un gobierno revolucionario o
“bolchevique” en España. En esa situación, a pesar de lo que
decía la propaganda franquista y de las quejas de Prieto, comparto
el punto de vista de los historiadores que afirman que no hubo tanto
poder comunista en el ámbito militar como se ha intentado hacer
creer.
La República siempre
defendió su territorio e intentó alargar la guerra en su fase final
para conseguir que se solapara con la inminente II GM, lo que hubiera
afianzado la idea de que España era solo la primera batalla de una
guerra europea causada por el fascismo. Salvando la rebelión
casadista, se resistió tanto como fue posible, pero desde un enfoque
de guerra destinada a sofocar una sedición interna, y no desde la
estrategia de guerra popular prolongada basada en la lucha de clases.
Asumir último esto último hubiera debido permitir concentrar todo
el poder en pocas manos (unidad política), movilizar más a fondo
todos los recursos disponibles en pro del esfuerzo de guerra y
priorizar la conservación de las fuerzas sobre la conservación del
territorio para luchar una guerra prolongada y orientada inicialmente
no a ganar, sino a no perder. En este caso, lo coherente hubiera sido
combinar la defensa de los frentes y ciudades con el sostenimiento de
fuertes contingentes guerrilleros tras la retaguardia enemiga; pero
en lugar de esto, se optó desde el verano de 1937 por el lanzamiento
de ofensivas de gran envergadura en campo abierto, y ahí parece
estar la clave del debate que nos ocupa: ¿fueron las BBII fuerza de
choque o carne de cañón?
Sostengo que en la fase
inicial y en la netamente defensiva de la guerra, hasta que terminó
la batalla de Guadalajara, la República gastó un tiempo precioso
para militarizar sus milicias, pero dadas la falta de unidad
política, la falta de una confianza plena en los mandos de carrera,
el fuerte antimilitarismo que sentían parte de los hombres
(fundamentalmente los anarquistas) y la escasez de armamentos, este
tiempo resultaba difícilmente reducible. La crítica podría hacerse
a partir del momento en que se dispuso de cierto margen de acción,
cuando podía elegirse entre auxiliar al norte desde una zona Centro
“tranquila” emprendiendo una ofensiva en Extremadura o en Madrid,
o infiltrando guerrilleros en la retaguardia enemiga. Entonces se
optó por lo primero, aún sabiendo que se tenía un ejército
todavía inmaduro. Disculpados los sacrificios extremos pedidos a las
unidades en los ocho primeros meses de guerra, fue la dureza de las
batallas ofensivas de La Granja, Brunete, Belchite y Teruel lo que
puede hacernos pensar por primera vez en un uso y abuso de las BBII,
al punto de vernos tentados de hablar de ellas como “carne de
cañón”. Luego, cuando tuvo lugar la retirada de Aragón, la
partición en dos de la zona republicana, la batalla del Ebro, y la
defensa desesperada de Cataluña, nuevamente ya no se pudo elegir.
Había pasado la fase de pasajero equilibrio militar (marzo de 1937 a
enero de 1938) que permitió soñar a los republicanos con la
victoria. Desde febrero de 1938, perdido otra vez Teruel e iniciada
la retirada de Aragón, nuevamente hubo que exigir a los hombres que
dieran de si el 150%, pero, como al principio de la guerra, solo para
evitar el colapso, no para pensar en ganar. Se había acabado el
frente norte, llegaban menos voluntarios internacionales y se
agudizaba la falta de armas por la política de No Intervención y
las severas pérdidas previas.
Conclusión.
Visto lo anterior, lo
primero que hay que decir es que un ejército que no tiene tiempo de
reclutar, encuadrar e instruir correctamente a sus hombres está
condenado a perderlos prematuramente cuando entran en combate, y eso
le pasó al ejército republicano. Por otro lado, la suerte de las
BBII (con un 50% de españoles) fue compartida por el resto de las
fuerzas de choque exclusivamente españolas, de forma que si hubo
trato de “carne de cañón”, lo sufrieron también decenas de
brigadas mixtas que combatieron en las grandes batallas. Si asumimos
que las brigadas internacionales y las brigadas de choque que
formaron parte de los sucesivos Ejércitos de Maniobra que se
formaron eran las mejores fuerzas de la República, es lógico que
siempre estuvieran en primera línea de los sectores más castigados,
ya que simplemente no tenían recambio.
Se pidió todo de estas
fuerzas y por norma estas lo dieron todo, pero no cabe hablar por eso
de trato de “carne de cañón” porque este concepto lleva
aparejado históricamente un desprecio racial o de clase social por
parte de los oficiales y los gobernantes hacia la tropa, lo que nunca
tuvo lugar en el ejército popular, donde por ejemplo, oficiales y
comisarios sufrían una tasa de mortalidad igual o incluso mayor que
las tropas. “Carne de cañón” es un término que podría
ajustarse mejor a cómo eran vistas las fuerzas coloniales que
tuvieron el ejército franquista y otros ejércitos europeos como el
francés y el británico, a las fuerzas de infantería en las
terribles batallas de la I GM o a los batallones disciplinarios en la
mayoría de ejércitos. Por contra, en la España republicana existió
como norma un respeto y una preocupación muy grandes por los
derechos y el bienestar de todos los combatientes, que se plasmó en
la constante lucha por que estos tuvieran cosas tan poco comunes en
otros ejércitos como: medios de expresión (se redactaba y editaba
prensa escrita y mural en cada unidad, incluso en las compañías);
acceso a la cultura a través de festivales de teatro, cine y
bibliotecas; lucha contra el analfabetismo; vigilancia de la
alimentación y salubridad de las chabolas usadas como vivienda;
lucha contra las enfermedades venéreas y asociadas a la falta de
higiene; actos de confraternización con la población civil; visitas
de delegaciones políticas, sindicales y culturales al frente, etc.
En el EPR el combatiente era un verdadero ciudadano en armas y un
camarada, independientemente de su grado militar o procedencia, algo
que pasaba entonces en pocos ejércitos regulares.
Si existió algún tipo
de maltrato o desprecio consciente a las BBII, este pudo venir
generalmente de los altos mandos y oficiales medios españoles que en
la fase final de la guerra apoyarían la sublevación casadista.
Estoy pensando por ejemplo en el propio teniente coronel Segismundo
Casado, quien en julio de 1937, durante la batalla de Brunete,
ejerció el mando durante dos semanas del XVIII cuerpo de ejército,
compuesto por 11 brigadas de las que 4 eran internacionales. En ese
contexto, es bien conocido el episodio de desobediencia que
protagonizó la XIII brigada internacional el día final de la
batalla, tras haber estado en vanguardia desde el primer momento sin
ser retirada del cerro Romanillos a pesar de las órdenes dictadas.
Hay quien ve en esta postergación del relevo una intención
deliberada por parte de Casado de llevar al límite a la XIII
brigada, otros en cambio reconocen una imposibilidad de hacer las
cosas mejor por falta de reservas que permitieran el relevo.
Frente al escaso aprecio
que los “casadistas” y anticomunistas más o menos disimulados
del ejército popular pudieran sentir por las BBII durante toda la
guerra, y especialmente al final de la misma, queda la admiración y
el respeto que sintieron y expresaron muchos otros jefes de carrera
y todos los de Milicias. También se debe recordar el valor del gesto
(y los riesgos asumidos para hacerlo) cuando se produjo el acto de
despedida que las BBII protagonizaron en octubre de 1938, en
Barcelona. En esa ocasión se reunieron todas las altas autoridades
políticas republicanas y se retiró una parte de la aviación del
frente para garantizar la seguridad del desfile que se organizó con
los brigadistas en esa ciudad (frecuentemente bombardeada desde el
aire). Después de esto, y cuando las BBII ya no contaban como
unidades efectivas para ir al combate, la República intentó que
abandonaran España cruzando la frontera francesa en un solo episodio
y de manera visible y honrosa, a la par que también hacían lo
propio los combatientes extranjeros del ejercito franquista por otro
punto de la frontera, pero esto no pudo hacerse porque nuevamente
Franco impidió cualquier acuerdo, y también en esto fue secundado
por la No Intervención, liderada por el Reino Unido. Los brigadistas
salieron entonces por grupos dispersos y no como una parte compacta
del ejército español. Con ellos se fueron también las últimas
posibilidades de victoria republicana. Tras el Pacto de Munich la II
República quedaba abandonada a su suerte todavía más si cabe por
una Europa acobardada ante el fascismo alemán e italiano y muy tibia
con Franco.
Los brigadistas se
llevaron el respeto y el afecto de millones de españoles,
conscientes de que todos luchaban por una causa común, la
supervivencia de la democracia frente al fascismo, ante el que una
parte fundamental del pueblo, ya fuera como civiles, milicianos o
militares, supo portarse como una verdadera fuerza de choque durante
casi tres años.
Ernesto Viñas.