En julio de 1937, cuando había transcurrido un año desde el golpe
de estado que dio inicio a la GCE, las dos fuerzas enfrentadas ya habían
alcanzado un alto grado de maduración y perfeccionamiento si las comparamos con
lo que eran en sus respectivos comienzos. Aun así, en ese segundo verano de
guerra, en el campo republicano todavía
quedaba mucho por hacer para poder contar con un Ejército regular al estilo de
los que existían en el resto de naciones con un grado de desarrollo económico,
industrial y social similar al de la España de preguerra.
En el Ejército español de los años 30, y por tanto entre las
fuerzas militares sublevadas, la presencia femenina era nula, como también lo
fue en las estructuras paramilitares o premilitares que existían en la trama
civil dispuesta a salir a las calles para colaborar con el golpe apenas este se
produjera. De esta forma, no existen evidencias de que hubiera mujeres
empuñando armas entre los falangistas, los carlistas o los miembros de la JAP
en los primeros días o semanas de guerra.
Un año después del 18 de julio de
1936, en el campo franquista la situación seguía siendo básicamente la misma en
ese aspecto: las mujeres habían ganado un lugar destacado en las plantillas de
la sanidad militar y en las organizaciones dedicadas al esfuerzo de guerra en
la retaguardia, pero seguían completamente ausentes de las unidades armadas, y
así sería hasta el final de la guerra. El papel que desempeñaron las mujeres en
la zona rebelde fue importante, pero apenas hubo ruptura con su rol tradicional,
fijado por el dominio masculino, la Iglesia y las costumbres. Incluso el
comportamiento de las organizaciones de la nueva derecha (fascista) no se alejó
del punto de partida social previo a la guerra, contribuyendo a que la mujer
quedara siempre subordinada al hombre y a la autoridad establecida, con la
atención a la familia como principal esfera de desarrollo personal.
En el campo republicano por el contrario, la ruptura del
orden establecido que provocó la rebelión militar supuso una oportunidad
inmejorable para que la soberanía popular representada por las organizaciones
obreras, de izquierda, y en general leales al gobierno legítimo, se abriera
paso como una marea incontenible. En pocas jornadas, la estructura social y las
relaciones de poder de la España que se mantuvo republicana superaron ampliamente
lo conseguido desde 1931, cambiando radicalmente a favor de la clase
trabajadora y de la emancipación de la mujer.
Se trataba de un avance
revolucionario e inimaginable en otras condiciones, pero para mantenerlo, resultaba
imprescindible derrotar a la reacción, ya que en caso contrario sin duda se
retornaría a una situación todavía mucho peor que la de partida. Para esa
mayoría social que vivía en la zona en la que fracasó la sublevación la
perspectiva inmediata era por tanto la de una lucha a muerte por el progreso,
la igualdad y la justicia social, y para ganar, tan importante resultaba organizar
las nuevas fuerzas populares para resistir frente al avance enemigo como
ejercer a fondo los nuevos derechos conquistados para romper la inercia secular
de una sociedad clasista y dominada por la Iglesia. Estos nuevos derechos, muy especialmente
en el caso de las mujeres campesinas o de la clase trabajadora urbana,
abarcaban todas las facetas de la vida, incluido algo tan masculino hasta
entonces como era la posibilidad de empuñar armas y estar presentes en los
lugares más peligrosos del frente. En julio de 1936 empezaba una guerra que
involucraría de una u otra forma a toda la población española, incluida por
supuesto la mitad femenina, que en la zona republicana se lo jugaba todo y por
ello, se movilizó.
En combinación con las fuerzas del orden y los restos de unidades
militares leales, las milicias populares antifascistas, contando con mujeres en
sus filas, permitieron mantener viva la zona republicana durante los primeros
meses de guerra. Según el sector de frente que se considere, la acción de estas
fuerzas combinadas logró frenar o entorpecer el avance de unidades militares enemigas
convencionales mucho mejor mandadas, armadas e instruidas, pero incluso desde
antes que los sublevados ocuparan Toledo
capital e iniciaran un avance implacable sobre Madrid, para el alto mando
republicano estaba clara la necesidad urgente de la militarización de las
milicias. Este cambio fue un proceso complicado y costoso que en torno a Madrid
se aceleró durante la batalla defensiva y prácticamente quedó culminado al
comenzar 1937. La nueva organización regular del Ejército popular dispuso que
las escasas mujeres entonces todavía presentes en primera línea debían dejar
las armas para pasar a aportar su esfuerzo de guerra en servicios o áreas como
la sanidad militar, la defensa pasiva, la agricultura, las milicias de la cultura
o la producción de guerra, al tiempo que seguían participando de la
transformación social iniciada a raíz del comienzo de la guerra a través de la
militancia en las organizaciones populares.
Batalla de Brunete
Teniendo en cuenta estos antecedentes, para hablar de la participación
femenina en la batalla de Brunete tendremos que diferenciar inicialmente dos
situaciones: la que sufrieron las y los civiles que vivían en los pueblos
atacados por las fuerzas republicanas, y la que afectó a las mujeres que
estaban vinculadas de una u otra forma a las fuerzas combatientes de los dos
ejércitos. El primer grupo lo formaban
los escasos pobladores que aún permanecían en Brunete, Quijorna y las dos
Villanuevas y fueron sorprendidos por el inicio de los combates, consiguiendo
escapar generalmente hacia la zona en poder de los sublevados.
Mayoritariamente, esta población civil no había querido o necesitado abandonar
estos pueblos cuando en noviembre de 1936 fueron ocupados por las columnas
franquistas en su marcha hacia Madrid o en la posterior batalla por la carretera
de La Coruña, por ello, parece lógico que al empezar a ser atacados sus pueblos
salieran hacia el oeste y no hacia Colmenarejo, Valdemorillo o Madrid (zona
republicana).
Mujeres en los Cuerpos
o Servicios del Ejército, en retaguardia
Al referirnos al segundo grupo, el de las mujeres
militarizadas, primero hay que señalar que una vez que estuvo iniciada la
batalla de Brunete, tanto la zona republicana como la franquista tuvieron dos áreas
bien delimitadas y con normas específicas: el campo de batalla propiamente
dicho y la zona de los ejércitos, en la retaguardia del anterior. En ambos espacios
actuaron los distintos escalones de las unidades armadas y sus servicios
correspondientes, teniendo cada uno sus características propias respecto a la
presencia femenina.
En las dos retaguardias inmediatas al campo de batalla de
Brunete, donde se abastecían las unidades y donde eran evacuados los heridos,
hubo mujeres sobre todo en los hospitales de sangre, ya fueran de campaña (más
cercanos a la línea de frente) o de primera evacuación (más alejados), y en
todos, ellas trabajaron fundamentalmente como enfermeras y en tareas de
administración. Del lado republicano sabemos de la existencia de este tipo de hospitales
en El Escorial, Galapagar, Torrelodones, Hoyo de Manzanares, El Goloso y en Madrid (allí, en torno a 25). A
retaguardia de las tropas franquistas existieron hospitales importantes al
menos en Griñon, Getafe y Pinto, siendo el primero de ellos de enormes
dimensiones y capacidad, al punto que llegó a contar con su propio ramal de
ferrocarril de acceso, construido en tiempo record. Al final de la guerra, este
hospital, situado en el colegio de Los Salesianos, había atendido a más de
70.000 heridos y enfermos.
Equiparables seguramente en número y en entrega a su trabajo,
las cientos de enfermeras que hicieron la guerra en los hospitales de los
ejércitos enfrentados en torno a Madrid también se diferenciaban por varias
cosas, siendo una de ellas la importante fracción de enfermeras religiosas que
existió en el campo franquista, que habrían pertenecido a las siguientes
órdenes: Hermanas de la Caridad, Hijas de la Caridad de San Vicente Paul, Hijas
de Santa Ana, Hermanas de San José, Carmelitas, Mercedarias, Madres del Sagrado
Corazón, Madres Irlandesas, Madres Clarisas, Siervas de Jesús, Hermanas de la
Cruz y Hermanas de los Pobres. Junto a las religiosas, hubo otro importante
grupo de enfermeras civiles voluntarias, y de estas últimas, ninguna fue
considerada como miembro del Ejército, pero sí era posible para ellas tener
militancia en organizaciones como FET - JONS. Todas, civiles y religiosas,
estuvieron bajo el mando de la Inspección General de los Servicios Femeninos,
siendo jefa de todas las enfermeras de la zona franquista Mercedes Milá, única
mujer presente en el escalón superior del mando sublevado, el Cuartel General
del Generalísimo, establecido en Salamanca.
En el campo republicano también las escasas doctoras y
conductoras de ambulancia y las numerosas enfermeras tituladas y auxiliares
eran voluntarias y civiles, si bien cerca del final de la guerra (diciembre de
1938) parece que sí fueron incorporadas al Ejército popular como personal militar
de pleno derecho, reconociéndoles la graduación que hubieran ganado. De ser
así, esto marcaría un hito en la historia militar española, por tratarse de las
primeras mujeres que ingresaron de pleno derecho en los Ejércitos (hoy diríamos
Fuerzas Armadas). La procedencia de las enfermeras españolas era generalmente
la Cruz Roja, el Socorro Rojo Internacional o las organizaciones del Frente
Popular, existiendo otro importante contingente que, como las Brigadas
Internacionales, llegó desde múltiples países para apoyar a la República. Este
último grupo de enfermeras internacionalistas fue diverso en cuanto militancia
política y motivación para involucrarse en la guerra española, pero todas
compartían sentimientos antifascistas y solidarios
muy fuertes. Estas mujeres y sus compañeros varones primero formaron parte del
Servicio Sanitario Internacional y después de su organismo sucesor, la Ayuda
Médica Extranjera.
Según parece, en ninguna de las dos zonas escasearon las
enfermeras, ya que ese era el mejor (y prácticamente único) empleo que permitía
a las mujeres poner en juego su compromiso político, religioso o moral integradas
en un Cuerpo o Servicio militar y además, garantizaba el acceso a un
alojamiento y una manutención dignos y suficientes, algo nada despreciable en
situación de guerra. En ambas zonas hubo entre las enfermeras/os, camilleros/as,
practicantes, conductores/as de ambulancia y doctores/as un trabajo de alta
calidad y abnegado, pero también se produjeron varios casos de espionaje y
sabotaje en favor del esfuerzo de guerra contrario, lo que podía materializarse
en el fomento del derrotismo y la deserción, en alargar y entorpecer la
curación de los heridos y enfermos que se tenía a cargo o en provocar su
inutilidad para reincorporarse al servicio mediante amputaciones evitables o
directamente, su muerte por tratamientos o medicación adrede incorrectos.
Mujeres en primera
línea
Por ser muchas menos que las presentes en los hospitales de
campaña y retaguardia, y por estar mucho mejor identificadas, resulta más fácil
hablar de forma personalizada de las pocas mujeres de las que sabemos (aunque
seguramente hubo otras más) que pasaron por el campo de batalla de Brunete en
julio de 1937 o jugaron un papel importante junto a las tropas en esta zona y
momento.
En el campo franquista se conocen estos casos:
-
María Luisa y María Isabel Larios y
Fernández de Villavicencio
Enfermeras, fueron conocidas en la zona republicana como “las
marquesitas”, tras ser capturadas por la 11 división de Lister en la ocupación
de Brunete, primer objetivo de la ofensiva que dio comienzo el día 6. Fueron
tratadas correctamente y trasladadas a Valencia, desde donde después serían
devueltas a la zona sublevada en un intercambio de prisioneros, tras lo que se
reincorporaron a su tarea, ahora en el hospital de Villaviciosa de Odón. En
diciembre de 1937 fueron condecoradas con la Cruz Roja del Mérito Militar y acabada
la guerra, una de ellas se enroló como enfermera en la División Azul,
regresando a España en 1942. Una tercera hermana, Lucía Irene Larios (condesa de Revertera) organizó en 1938
centros de la Sanidad Militar en Villaviciosa de Odón, Sevilla la Nueva,
Getafe, Villaverde y Seseña, recibiendo también la misma condecoración que sus
hermanas.
En el campo republicano conocemos estos casos:
-
Gerda Taro. Alemana, de 27 años, fue, junto con
el húngaro André Friedman, la creadora del personaje Robert Capa, un recurso
que permitió a esta pareja de fotógrafos hacer llegar mejor sus imágenes y
crónicas a varios medios gráficos franceses y norteamericanos. En julio de 1937
Gerda estaba en Madrid acompañando al II Congreso Internacional de Escritores
Antifascistas para la Defensa de la Cultura, lo que le permitió venir al campo
de batalla de Brunete al menos en dos ocasiones para transmitir con sus fotos
dos cosas fundamentales fuera de España: la esperada victoria republicana (que
no se produjo) y la evidencia de la intervención fascista en favor de las
fuerzas franquistas, un hecho conocido y tolerado por las “democracias” que a
pesar de las evidencias, mantuvieron el Pacto de No Intervención, lo que
dificultó en extremo el rearme republicano e hizo que este sólo dependiera de
la URSS. Gerda Taro está considerada como la primera fotoperiodista de guerra femenina,
siendo su trabajo importante sobre todo por su cercanía al combate y al
peligro, una manera de acercarse a la realidad que le costaría la vida en la
jornada final de la batalla, cuando se vio implicada en un accidente viario
bajo las bombas de la aviación alemana, justo al norte de Villanueva de la
Cañada.
-
Lisa Lindbaek. Nacida en Dinamarca en 1905, se
trasladó a Noruega cinco años más tarde. En los años 20, mientras estudiaba
arqueología, trabajó como corresponsal de prensa en Italia, lo que le permitió
ver de cerca el ascenso del fascismo. Está considerada como la primera mujer
noruega corresponsal de guerra, por haber cubierto el conflicto español para el
diario Dagbladet. En esta función coincidió con su compatriota Gerda Grepp, que trabajaba haciendo
igual función para el diario Albeiderbladet, pero de las dos, parece que sólo
Lisa Lindbaek visitó el campo de batalla de Brunete, lo que hizo en compañía
del escritor, también noruego, Nordhal Grieg, participante en el ya citado II
Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Ambos llegaron hasta la
primera línea asumiendo todos los riesgos del combate para confraternizar con
los combatientes de la compañía escandinava de la XI brigada internacional.
Durante su estancia en España Lisa escribió la historia del batallón Thälmann
de las BBII, y tras la derrota republicana trabajó en Francia para mejorar las
condiciones de vida de los niños españoles exiliados. Murió en 1961.
- Sofía Bessmertnaia. Junto al contingente de asesores
militares, aviadores, tanquistas y técnicos soviéticos que llegaron a la zona
republicana para apoyar al Ejército popular existió también un grupo de unos 200
traductores e intérpretes, compuesto fundamentalmente por mujeres que fueron
elegidos por su conocimiento de ambas lenguas, lo que implica que en la mayoría
de casos carecían de formación militar previa. Su tarea era la de acompañar a
los jefes y operadores soviéticos a todos los sitios donde estos fueran, lo que
suponía asumir los mismos peligros que ellos bajo los bombardeos aéreos y
artilleros y el fuego de las ametralladoras. Según palabras de Stern (Kleber),
estas intérpretes siempre se mantuvieron disciplinadas aún en las peores
situaciones, suscitando entusiasmo y admiración entre los combatientes
españoles. Una de las más valientes y leales de estas combatientes fue la
polaca nacida en 1893 Sofía Bessmertnaia, quién según ciertos testimonios,
murió heroicamente en la batalla de Brunete, aunque también hemos sabido que
pudo haber caído prisionera de las tropas franquistas el 25 de julio de 1937 y
ser condenada a 30 años de prisión, aunque habría sido liberada en 1944, tras
lo que salió a Argelia, desde donde pudo regresar a la URSS.
-
Encarnación Hernández Luna. La escasa información disponible
sobre ella sitúa su nacimiento en Beneixama (Alicante), sin conocerse el año.
Fue voluntaria desde el primer momento en las filas del 5º Regimiento de
milicias, y al constituirse el Ejército popular se incorporó a la 11 división,
mandada por Líster. En esta unidad, que en julio de 1937 estaba formada por las
brigadas 1, 9 y 100, ella fue capitana de Ametralladoras. Entonces ya estaba
casada con Alberto Sánchez, el jefe cubano de la 1ª brigada mixta, quien morirá
el 25 de julio a causa de un bombardeo en la batalla de Brunete. Instruida por
el asesor soviético Rodimtsev (Pablito), se decía que Encarnación tenía una
enorme destreza en el manejo de la ametralladora. En la batalla del Ebro ya
había alcanzado el grado de mayor de milicias, equivalente a comandante, siendo
seguramente la mujer que más alto ha llegado nunca en un Ejército regular en
combate en España. Falleció en 2004 en Quebec (Canadá).
Mención aparte merece la destacada
líder del Partido Comunista Dolores
Ibárruri. No por haber trabajado en la zona de los ejércitos ni por haber
entrado directamente al campo de batalla de Brunete mientras se combatía en él,
sino porque Pasionaria, seguramente la mujer políticamente más visible y
destacada durante la GCE, estuvo presente en la zona de repliegue de las
fuerzas del Ejército de Maniobra tras los 20 días en que este combatió. Allí
participó en un mitin destinado a sostener y reforzar su moral de esas tropas tras
la dura prueba pasada y las crecidas pérdidas que soportaron. Este acto masivo
parece haber tenido lugar en Villalba, Moralzarzal o Cerceda, y las fuerzas son
de la XI brigada internacional de la 35 división, y en las fotos que se
conservan el general Walter aparece junto a Pasionaria en la tribuna. Otras
fotos de esos mismos días muestran a Pasionaria junto a soldados y oficiales de
la 11 división de Líster, lo que confirma que tuvo un contacto continuado con
las tropas durante esos días.
El rigor de la guerra no daba tregua
y, acabada la ofensiva de julio, el Estado Mayor Central dirigido por el coronel
Vicente Rojo pronto empezaría a preparar la siguiente operación para intentar salvar
el norte republicano. Las tropas escogidas, básicamente las mismas que habían
luchado en Brunete, subirían a los camiones pocos días después, y tras ellos
irían los hospitales de campaña sobre ruedas con sus enfermeras del Ejército
del Centro. Pronto, antes de que terminara ese terrible verano de 1937, ellas
estarían trabajando junto a sus compañeras aragonesas para atender las bajas de
la batalla de Belchite en los hospitales de Azaila o Puebla de Hijar.
Ernesto Viñas.