martes, 18 de septiembre de 2018

El Canto del Pico, el Mando y los Estados Mayores republicanos en la batalla de Brunete.

Hasta finales del S XVIII, en Europa, los jefes de los ejércitos o de las unidades militares regulares tomaban las decisiones, estratégicas o tácticas, de manera individual o apoyándose en el consejo y conocimientos de compañeros de armas o de otros jefes (políticos, militares o incluso religiosos), pero no existía un organismo reglamentario para asesorar y auxiliar de manera constante y metódica al alto Mando o al Mando de las unidades de mayor tamaño. Por otra parte, en los ejércitos monárquicos, el origen aristocrático de la alta oficialidad permitía que esta mantuviera una enorme distancia física y moral  respecto a los soldados a sus órdenes. La Ilustración, y sobre todo, la Revolución Francesa, cambiaron radicalmente y para siempre ese panorama. En ese periodo revolucionario de principios del siglo XIX apareció el primer Estado Mayor constituido como tal, y no por casualidad, esto sucedió en el ejército napoleónico.  


130 años después, la existencia de una estructura jerarquizada formada por ciudadanos iguales en derechos y basada en la obediencia sin fisuras a unos mandos profesionales formaba parte de la naturaleza de cualquier organización militar perfeccionada, independientemente de su complejidad o propósito político. En la II República Española en guerra, salvo para quienes defendían las milicias como meta final y no como una etapa intermedia en el desarrollo del Ejército popular en construcción, la jerarquía y la disciplina impuesta (y no solo autoimpuesta) eran características fundamentales y necesarias para seguir adelante. En esta línea, superados los primeros meses de 1937, a cualquier combatiente republicano se le exigiría el cumplimiento sin excusas de la misión asignada. Para eso, se necesitaba  que en todos los niveles de la cadena de mando y entre las tropas existiera un adecuado grado de instrucción, suministros, el mejor armamento posible y sobre todo, una sólida confianza en las capacidades y el buen criterio de quienes dictaban las órdenes en los niveles político y militar.
En el Ejército republicano los jefes, comisarios, oficiales, suboficiales y tropa que arriesgarían sus vidas, debían estar convencidos no solo de que que luchaban por una causa justa, la del antifascismo, sino también de que lo que  les pedía el alto Mando era posible y necesario, y que para alcanzarlo, además se había pensado en cómo salvaguardar al máximo sus vidas y su bienestar. De cumplirse todas estas condiciones, se alejaba la posibilidad de una disminución prematura de la capacidad combativa por bajas innecesarias o por desmoralización, mientras que la victoria en el campo de batalla seguía sin estar garantizada, aunque al menos sí se volvía más probable.  
En julio de 1937, tras haber empezado casi desde cero un año antes, en la administración central republicana, el principal organismo a cargo de la dirección de la guerra en curso volvía a ser el Ministerio de Defensa Nacional, que contaba con los Estados Mayores del Ejército de Tierra, de Marina, de Aviación y Central (EMC, que funcionaba como EM conjunto de las tres fuerzas armadas). Por otra parte, en las unidades que se acababan de crear, hasta brigada inclusive, ya existía el servicio de Estado Mayor, que era una formación auxiliar a disposición del mando de cada unidad y que contaba con cuatro secciones y su correspondiente jefe.   


Tomando en cuenta todo lo anterior, el joven Ejército republicano que en el segundo verano de guerra se estaba concentrando entre El Escorial y Torrelodones con el mayor sigilo para lanzarse a la ofensiva en el frente de la sierra, estaba a punto de someter a una durísima prueba su fortaleza, instrucción y capacidades. Era inminente el comienzo una operación a gran escala que, en palabras de su inspirador, el entoncescoronel Vicente Rojo, debía basarse en la maniobra, la velocidad y la audacia. El papel del alto Mando y de los Estados Mayores sería por tanto completamente fundamental: las tropas, desigualmente instruidas, a las que se les pedía internarse profundamente en el campo enemigo, debían sentir que actuaban en todo momento bajo una dirección acertada, visible y firme. Avanzar para envolver y aislar una gran agrupación de fuerzas enemigas era algo distinto y mucho más arriesgado que defender un frente estabilizado, fuese urbano o no, algo en lo que sí existía una exitosa experiencia previa: Madrid, la carretera de La Coruña, el Jarama o Guadalajara.  Por el contrario, el rendimiento que se tendría en un combate ofensivo era todavía una incógnita. 
El día 2 de julio de 1937, la Sección de Organización del EM del Ejército del Centro republicano publica bajo el mayor secreto la Instrucción Reservada nº 1. Esta parece ser la primera orden efectiva vinculada con la inminente ofensiva que será conocida como batalla de Brunete. La IR nº 1 ordena en primer lugar la creación de las fuerzas que tomarán parte en la misma: Ejército de Maniobra (cuerpos de ejército V y XVIII), Cuerpo de Ejército de Vallecas, Reserva General y Reservas Locales. El 2 de julio era también el día D – 3, lo que da una idea de la urgencia y escasa antelación con la que se montó esta operación, destinada a aliviar el asedio franquista de Madrid y sobre todo, la grave situación del frente norte. En lo referente a la estructura del Mando, se señala para el Ejército de Maniobra el mismo jefe - general José Miaja Menant - y Estado Mayor que tenía el Ejército del Centro. Como grandes unidades subordinadas, el V CE tendría por jefe al mayor de milicias Juan Modesto Guilloto y al teniente coronel Manuel Estrada Manchón como Jefe de EM, mientras que el XVIII CE quedaría al mando del teniente coronel Enrique Jurado, con el teniente coronel Ramón Ruiz Fornells como jefe de EM. Por último, en el CE de Vallecas asumiría el mando el teniente coronel Carlos Romero Jiménez, con el teniente coronel Joaquín Otero Ferrer como jefe de EM.   

Nada dice esta orden acerca de los lugares donde debían quedar establecidos esos cuatro puestos de mando, pareciendo lógico que fuera cada jefe y EM, de común acuerdo, quienes eligieran las ubicaciones concretas. En la víspera del ataque, el 5 de julio, los puestos de mando vinculados al recién constituido Ejército de Maniobra ya debieron quedar situados de la siguiente manera:
-      Ejército de Maniobra, en el Canto del Pico (Torrelodones).
-      XVIII CE, en la casa de Panarras (Torrelodones).
-      V CE, en el vértice Santa Ana (Valdemorillo).   
Posteriormente, en la medida que lo permitieron los primeros avances y lo exigía la lucha, el V CE situó también en Valdemorillo un puesto de mando avanzado en la que se llamaría desde entonces posición Pico y Pala, mientras que el XVIII CE haría otro tanto en la casa Palata de Villanueva del Pardillo. Por debajo del nivel de los dos cuerpos de ejército, y hacia vanguardia, estuvieron sucesivamente los puestos de mando de sus unidades subordinadas: divisiones, brigadas y batallones. Todos ellos se encontraban situados mucho más cerca de la primera línea, eran menos complejos, estaban mejor enmascarados y eran más móviles, porque así lo exigía el combate.
Volviendo al escalón superior del mando, y más a retaguardia, el palacete del Canto del Pico era sin ninguna duda un excelente emplazamiento para cumplir con el fin escogido de puesto de mando central: ofrecía amplias estancias para salas de trabajo y alojamientos, proximidad al principal nudo de carreteras y excelentes vistas sobre la mayor parte del inminente campo de batalla. Tenía por el contrario la desventaja de que esa misma posición elevada y claramente recortada sobre el fondo de la sierra que le permitía “ver”, también lo hacía visible al enemigo, y en caso de resultar descubierto, ofrecía un blanco fácil a los bombardeos aéreos. Por esta razón seguramente quedó incluido entre los puntos que debían ser protegidos por las baterías antiaéreas republicanas, dos de las cuales creemos que fueron emplazadas en Valdemorillo al poco de iniciarse  los combates.
Este puesto de mando situado en el Canto del Pico debía ejercer su función sobre la mayor masa de combatientes que la República había sido capaz de reunir hasta entonces para una operación particular. El Ejército de Maniobra estaba inicialmente constituido por 6 divisiones en vanguardia: 11, 35 y 46 formando el V CE y 10, 15 y 34 formando el XVIII CE, mientras que había otra en reserva, la 45. A estas fuerzas de Infantería había que sumar el personal encuadrado en las restantes armas y servicios: Artillería, Tanques, Aviación, Caballería, Sanidad, Transmisiones, Ingenieros e Intendecia, lo cual arrojaría un total de combatientes iniciales (excluido el Cuerpo de Ejército de Vallecas) cercano a los 70.000. Posteriormente, a lo largo de los 20 días que duró la batalla de Brunete, también las divisiones 14 y Durán y las brigadas mixtas 94, 95 y 151 estuvieron bajo las órdenes de Miaja, lo que nos lleva a tener que sumar unos 20.000 hombres más. 


Conocemos bien el desarrollo por días y por sectores de la batalla de Brunete, pero hemos avanzado menos en el conocimiento del papel jugado por el Mando y los Estados Mayores. La existencia de informes, testimonios y memorias personales no siempre coincidentes (incluso a veces contradictorias) haría muy arriesgado evaluar el comportamiento en bloque de los mandos republicanos de los distintos escalones y unidades. Por esta razón,  una de las pocas cosas que sí podríamos afirmar sin temor a equivocarnos es que por norma hubo un altísimo grado de compromiso y sacrificio, pero en cuanto a la eficacia alcanzada, los resultados habrían sido bastante dispares. Algo similar, aunque en un grado menor, pudo pasar también en el Ejército franquista, aunque ciertas pruebas escritas que debieron existir, o han desaparecido misteriosamente de los archivos históricos, o nunca llegaron a ellos. 
Como ayuda para entender lo que es y cómo funciona un Estado Mayor moderno, el siguiente texto resultará muy útil, pero produce vértigo pensar que lo hemos encontrado en una Orden General dictada mediada la batalla y no en un manual de enseñanza militar. En ella, el mayor Modesto (o un superior suyo) sintieron ¡el 16 de julio! la necesidad de recordar a sus jefes de división (Walter, Valentín González y Líster, los dos últimos de Milicias) cosas tan básicas como estas:   
Orden General nº 11. Objeto: organización y funcionamiento de los Estados Mayores y Cuarteles Generales. 
El Estado Mayor del CE tendrá dos oficiales por sección, en la división habrá un jefe de EM y un oficial por cada sección y en las brigadas habrá un oficial para las secciones 1ª y 2ª y otro para las secciones 3ª y 4ª. 
-       La 1ª Sección (Organización) asume el conocimiento detallado de todos los medios de acción de la unidad: personal, armamento y material de toda clase. Son suyos también los asuntos de justicia, administrativos, incorporación de reclutas, permisos, etc. 
-      La 2ª Sección (Información) tiene a su cargo la organización y funcionamiento de la observación e inspección de las unidades subordinadas, así como la investigación, interpretación, síntesis y aprovechamiento de los informes de cualquier tipo que reciba. Estudio de los boletines o partes de información de la unidad superior, vecinas y subordinadas, del cuerpo de ejército, del SIA (Servicio de Información de Artillería) y del servicio de escucha radiotelegráfica. Hace reconocimientos y da golpes de mano.
-       La 3ª Sección (Operaciones) tiene a su cargo todo lo relativo a estacionamientos, marchas, operaciones y fortificación. También comprueba el enlace entre las distintas armas, entre las divisiones y con las unidades vecinas. Hace los planes o proyectos de operaciones e informa al Mando sobre las operaciones realizadas por la unidad. Hace reconocimientos para el conjunto del EM y tiene su cargo los oficiales de enlace y la relación con los comandantes de las distintas armas en la unidad. Estudia las órdenes de operaciones de la unidad superior, vecinas y subordinadas. 
-      La 4ª Sección (Servicios) lleva la coordinación e inspección de los servicios de municionamiento, Ingenieros, Intendencia, Sanidad y de los transportes. 
-      Solo en los cuerpos de ejército (y superiores) existirá una 5ª Sección (Cartografía) encargada de tener un depósito de cartografía para distribuir los mapas apropiados entre las unidades. También realiza los distintos superponibles y gráficos que pide el Mando.
Sabemos también que el 11 de julio, coincidiendo con el agotamiento de la ofensiva y el paso a la actitud defensiva de los republicanos,  el teniente coronel Jurado dejó el mando del XVIII CE, asumiéndolo primero interinamente el jefe de EM, teniente coronel Ruiz Fornells y pocas horas después quien fuera designado para hacerlo definitivamente, el teniente coronel Segismundo Casado. El 23 de julio, el jefe del EM del V CE, Manuel Estrada, pasó a la Sección de Información del EM del Ejército de Tierra, haciéndose cargo del puesto vacante en el EM del V CE el comandante José Sánchez Rodríguez. 
Una vez terminada la batalla de Brunete y desde su nuevo destino, el día 14 de agosto Manuel Estrada eleva un informe “urgente, secreto y confidencial” al jefe del EMC, el coronel Vicente Rojo, sobre el desarrollo de la ofensiva en la que el autor tuvo un papel relevante. Dice lo siguiente: 
Generalmente nuestros mandos, en las grandes y pequeñas unidades, no están hechos para resolver por su cuenta las situaciones ofensivas posteriores a la inicial, en la que una preparación minuciosa de la operación, acompañada de órdenes que consideran hasta los mínimos detalles, permite el funcionamiento automático del sistema. En cuanto se conquistan los primeros objetivos y surgen incidencias imprevistas, los mandos suelen carecer de iniciativa y sienten las vacilaciones propias del espíritu indeciso que no está muy seguro de lo que se debe y se puede hacer. Algunas veces los mandos adoptan decisiones poco maduras y, por el afán de imprimirles rapidez, se traducen en ligerezas o en un dispositivo inorgánico y por tanto propenso al barullo. Para prevenir estas deficiencias, los Estados Mayores deben estar cabal y permanentemente organizados en los cuerpos de ejército, divisiones y brigadas, y desde luego, mucho antes de comenzar las operaciones. Un Estado Mayor que funciona como tal no se improvisa, y tampoco puede prescindirse de él. 
Dos son los criterios que he podido apreciar en la interpretación del funcionamiento del EM en las recientes operaciones: uno de ellos, el del XVIII CE, caracterizado por el espíritu de organización meticulosa, con oficinas montadas con toda comodidad pero lejos del frente y por tanto sin fáciles comunicaciones con los puestos de mando divisionarios ni información segura y oportuna disponible en todo momento. Aquí, los oficiales de enlace apenas se utilizaban, y cuando entraban en acción, aportaban informes trasnochados o imprecisos; en resumen, mucha burocracia y poco dinamismo. Por el contrario, en el V CE se carecía absolutamente de burocracia y toda la actividad del EM consistía en un ir y venir de oficiales de enlace, sin que ninguna sección pudiera funcionar porque perdía la continuidad en el trabajo al tener constantemente a sus responsables con misiones en el frente. Si a esto se añade que las divisiones desatendían los requerimientos, verbales y por escrito, que recibían para que comunicasen al cuerpo de ejército las novedades ocurridas, los informes sobre el enemigo, la situación de las fuerzas propias, o pasasen copia de las órdenes dictadas (en ciertos casos los jefes de las divisiones consideraban todo esto como “papeleo”), se comprenderá la imposibilidad que se vivió para que existiera un EM efectivo.
Los Estados Mayores deben estar organizados en su totalidad de un modo permanente y con su personal especializado en el cometido específico de casa sección. Es necesario mantener siempre dos o tres oficiales por sección en cada Estado Mayor y su instrucción debe ser permanente e intensísima. En este sentido, sería muy útil organizar en cada ejército o cuerpo de ejército una delegación de la Escuela Superior de Guerra con la misión de instruir a los EM, e incluso a los mandos.   
Este informe está hecho por alguien que vivió desde dentro el día a día del EM del V cuerpo de ejército en el vértice Santa Ana o en “Pico y Pala” entre los días 6 y el 23 de julio y luego pasó a un organismo superior. Sus palabras ponen de manifiesto varias carencias importantes, pero también nos dan pistas acerca de ciertas diferencias de estilo que pudieron existir en la forma de conducir las operaciones de un mando representativo de quienes procedían de Milicias (mayor Juan Modesto) frente a otros que eran de carrera (tenientes coroneles Jurado y Casado). A pesar de la credibilidad que nos merecen las afirmaciones del teniente coronel Estrada, cuesta creer que Modesto, que era un férreo defensor de la disciplina y de la preparación permanente, descuidara los aspectos formales del funcionamiento del Estado Mayor de su unidad. Él no era un militar de carrera, pero antes de la guerra había pasado por la Academia Militar soviética Frunze y había dirigido las MAOC, germen del 5º Regimiento. Inmerso en la batalla de Brunete, quizás, ante la dificultad de las comunicaciones y la falta de confianza en alguno de sus subordinados, se pudo ver obligado a enviar a sus oficiales de EM como delegados o enlaces casi permanentes a una o a más divisiones, y aquí la primera candidata a la duda sería la 46, mandada por El Campesino, un comandante proveniente de Milicias con capacidades militares muy cuestionadas. Menos explicables parecen los fallos en el funcionamiento (falta de conocimiento de lo que ocurría en las divisiones) descritos en el EM del XVIII CE. Considerando que en la fase final de la guerra el teniente coronel Segismundo Casado mantuvo negociaciones secretas con Franco y (por decirlo muy suavemente), precipitó la rendición republicana rompiendo el Ejército popular, cabría especular con que ya en julio de 1937 no sintiera una especial simpatía por las Brigadas Internacionales que quedaron bajo su mando (XIII, XV, XII y CL), las dos primeras en la 15 división y las dos segundas en la 45 división, respectivamente al mando de los comandantes internacionales Gal y Kleber. Si además hubiera decidido permanecer en su puesto de mando “formal” de Panarras en vez de adelantarse hasta el avanzado de Casa Palata o acercarse directamente a la línea de fuego, es lógico que la comunicación con sus divisiones no fluyera. La distancia era larga, los caminos malos y las motos, teléfonos y radios resultaban siempre escasos y frecuentemente se averiaban.  
Frente a casos que merecieron críticas, también quedaron acreditados muchos mandos republicanos que demostraron un alto nivel de actuación e incluso protagonizaron episodios clave durante la batalla. Vienen a la mente con facilidad la toma inicial de Brunete; el colapso al que fueron empujados los defensores de Villanueva del Pardillo; la “resurrección” de la 108 brigada mixta; la resistencia de la 101 brigada en torno al arroyo Valdeyerno frente a fuerzas frescas, selectas y superiores; la 68 brigada siendo la última en volver a cruzar el Guadarrama tras resistir hasta el límite para que pudieran hacerlo antes las otras brigadas o la reconstrucción de la línea propia frente a Villanueva de la Cañada solo horas después de perderse el cementerio de Brunete y de bordearse el desastre completo, lo que implicó a diferentes brigadas y divisiones. 
Para tener una panorámica más completa de las opiniones que dejaron los mandos, se hace necesario escuchar también ciertas críticas “de abajo a arriba” que dejaron escritas Líster y Modesto, los dos de Milicias y comunistas. Mencionan ambos además el Canto del Pico, por haber estado dentro. Empezamos por Líster:
El día 20, después de 14 días con sus noches de combates ininterrumpidos, pedí al jefe del V CE que relevara a la 11 división. Me respondió que no tenía con quién reemplazar mis fuerzas y que fuese a ver al Mando del frente por si este podía resolver la cuestión. Este estaba establecido en la casa de Maura, conocida como el Canto del Pico. Llegué allí alrededor de las tres de la tarde y me recibió Rojo, a quien expliqué el motivo de mi visita. Me respondió que el general Miaja y el ministro Prieto estaban en el comedor y que era conveniente que les planteara la cuestión a ellos. Encontré a ambos delante de una botella de champaña, les saludé reglamentariamente y, sin esperar más, les informé de la situación del sector ocupado por mis fuerzas y del estado de estas. Les conté que la 11 división había tenido un 50 % de bajas, con varios casos de combatientes que se habían vuelto locos y terminé pidiendo que la división fuera relevada y se les diese a los hombres dos o tres días de descanso para que pudieran bañarse y dormir sin sentir sobre sus cabezas noche y día el ruido de los disparos artilleros y el de los motores y las bombas de la aviación. Dije todo esto de pie, firme, casi sin poder tenerme de cansancio y cuando terminé, Prieto se levantó, tomó un último sorbo de champaña y dijo: “bueno, como esto es una cuestión entre militares, yo me voy a echar una siestecita”, y levantando la mano con aire cansino, agregó: “que haya suerte, Líster, y salió del comedor. Miaja, con aire no menos cansino que el de Prieto, me dijo que comprendía lo justa que era mi petición, pero que fuese a ver a Rojo. Conté a Rojo mi conversación y éste me dijo que estaban preparando un contraataque con la 14 división y que si resultaba bien, mi división podría ser relevada. Me pedía que resistiéramos dos o tres días más.    
Por su parte, esto  escribió Modesto en sus “Apuntes para la historia de la Guerra Nacional Revolucionaria”:
48 horas antes del comienzo de la maniobra de Brunete, en la reunión habida en el Canto del Pico, los comunistas propusimos iniciarla de noche y con la marcha simultánea de los dos cuerpos (V y XVIII). Estos debían penetrar en la defensa enemiga y una vez situadas en el interior del dispositivo, caer con el alba por sorpresa y simultáneamente sobre sus centros de resistencia principales, para en unos casos tomarlos y en otros dejarlos vigilados con las menores fuerzas posibles, profundizando con el grueso de nuestros efectivos en busca de los objetivos más lejanos. Pero esa proposición fue rechazada por el jefe del XVIII CE y a su vez, el jefe del Ejército (general Miaja), con una negligencia sorprendente, dejó que cada una de las dos grandes unidades actuara con arreglo a sus propios planes, sin intervenir ordenando lo que considerara más conveniente. Esto representó una importante laguna que, de no haberse producido, hubiera permitido éxitos iniciales más sustanciales. 
Poco más adelante, hablando de las horas inmediatamente posteriores a la toma de Brunete por Líster en la madrugada del 6 de julio dice:
…y es en ese momento cuando se sienten de manera más aguda y acuciante los efectos negativos de la falta de cooperación de las unidades del V y XVIII cuerpos de ejército y, además, la falta de dirección operativa del jefe del XVIII cuerpo (Jurado) y del jefe del Ejército (Miaja). Estos actuaban de forma esquemática y todavía se mantenían aferrados a sus planes primitivos, desistiendo de aprovechar, cuando les fue propuesta, la magnífica situación creada por el avance de las unidades del V CE y la liberación de Brunete.
Mucho más claro es incluso su párrafo final, que guarda para las conclusiones definitivas sobre la batalla de Brunete:
… en la operación de Brunete se pusieron de manifiesto una serie de debilidades que conviene indicar y que son precisamente las contrarias a las que suelen señalarse, porque a menudo cuando se trata de nuestra guerra, los que enfocan sus episodios combativos no suelen buscar como responsables (de los malos resultados) las raíces que los engendraron, sino el defecto de este u otro momento de la lucha, de tal o cual unidad etc, pero esto es injusto y falso. En lo que se refiere a Brunete, la debilidad más sobresaliente de la operación estuvo representada por la actitud asumida, desde su inicio hasta sus finales, por el alto Mando republicano, o más propiamente dicho, por el jefe del Ejército (general Miaja) y por el jefe del EMC (coronel Rojo). Esta debilidad principal de la operación consistió en que, a pesar de la concepción ofensiva que la inspiraba y de la alta moral de los combatientes, a la batalla se le imprimió desde arriba un espíritu defensivo que frenó nuestro avance en el periodo inicial. (…) El Mando del Ejército no estuvo a la altura de la situación y enfrentó la operación con excesiva cautela, imprimiéndole un carácter defensivo, contradictorio con el ofensivo que se necesitaba y contemplaban nuestros planes.    
Brunete fue una prueba durísima para los republicanos y para sus asesores, técnicos y combatientes soviéticos. Como ejército salieron vivos pero muy tocados de una batalla de 20 días de duración en la que se enfrentaron a lo mejor del Ejército franquista, a los capacitados mandos alemanes de la Legión Cóndor y a las aviaciones y artillerías de las dos potencias fascistas que habían enviado unidades regulares completas a España. Por ambas partes, el material cobró una importancia extraordinaria por número y por calidad, y sobre el terreno se pudo ver otra vez a un a Ejército popular tenaz y resistente en el combate defensivo, pero todavía poco preparado para la ofensiva. En cuanto a los mandos de los escalones medio y bajo, independientemente de que su actuación resultara buena, mala o regular, tuvo mayor impacto la pérdida de comandantes, oficiales, comisarios y suboficiales veteranos que la ganancia en experiencia de los que todavía necesitaban madurar, a muchos de los cuales luego fue necesario ascender prematuramente para cubrir bajas. Por otra parte, en el alto Mando y en los Estados Mayores quizás sí se pudo ganar en pericia, cohesión y conocimientos, pero al precio de erosionar seriamente las unidades y de perder mucho material valioso, sobre todo por el difícil reemplazo que este tenía en medio de la No Intervención vigente. De esta forma, globalmente apenas se pudo notar una mejora sensible en la ejecución de las siguientes operaciones ofensivas emprendidas: Belchite y Teruel.  Brunete habría sido una ofensiva lanzada prematuramente a la que sus máximos responsables: Negrín, Prieto y Rojo se vieron prácticamente empujados para no dejar  al norte republicano abandonado a su suerte. 
Considerando todo lo expuesto hasta ahora, mi opinión personal es que parece haber partes de razón en todos los informes y testimonios. Centrándonos en el que parece más crítico, el de Modesto, incluso dándole la razón habría que recordar que la “excesiva” prudencia que atribuye a Miaja en la fase inicial de la batalla seguramente  contribuyó a salvar al Ejército de Maniobra de extenderse hasta Villaviciosa de Odón, o incluso hasta Alcorcón, lo que hubiera supuesto tener que combatir sobre unas líneas largas y débilmente guarnecidas, dispuestas además sobre un terreno llano y de muy difícil defensa. Si se asume que desde el primer momento falló el ataque secundario a cargo del Cuerpo de Ejército de Vallecas, que no existían reservas suficientes para relevar a las unidades más desgastadas y que siempre faltaron vehículos para hacer los abastecimientos y las evacuaciones, de poco les hubiera servido a los republicanos obtener algún triunfo inicial más, porque de cualquier modo en un breve plazo iban a tener que vérselas con los contraataques generales franquistas, que contaron con la superioridad aérea y con las tropas fiables y numerosas traídas a toda velocidad del norte (sin que hubiera guerrilleros que sabotearan el ferrocarril y las carreteras que les permitían llegar a Ávila y desde ahí, al entorno de Brunete) 
Visto por un lado el peligro inminente que se cernía sobre el frente norte y por otro el desgaste sufrido por el Ejército popular, al que se le exigió más de lo que este podía dar en ese momento, es evidente que los máximos jefes políticos republicanos y al jefe del EMC tuvieron que tomar una decisión muy difícil y cometieron un error al calibrar las posibilidades y capacidades propias. Según parece, creyeron más de lo aconsejable en la posibilidad de obtener una victoria decisiva, en lugar de prepararse para sostener una guerra prolongada ya desde ese verano de 1937, y no como se tuvo que hacer, desde el de 1938. Esta opción suponía trazar una estrategia destinada a “no perder” en lugar una basada en la posibilidad de vencer, al menos hasta que se completara la instrucción de todas las unidades propias y se constituyeran mejor sus mandos y sus EEMM. Por norma, plantear una batalla decisiva es un lujo que solo se pueden dar los ejércitos y los países poderosos, que cuentan con aliados internacionales, una oficialidad fiable y numerosa y un buen respaldo industrial y económico que garantiza los suministros. Por el contrario, los ejércitos populares, humildes, revolucionarios o en fase de consolidación, no tendrían otro camino que aceptar el conflicto prolongado y de desgaste lento del enemigo como la mejor (o única) posibilidad de victoria. Esto implicaría combinar la lucha de un ejército regular con la de un fuerte contingente guerrillero que operara en la retaguardia enemiga, además de movilizar a la población y los recursos de una manera más intensa que lo se hizo. Si se asume esto, el mayor problema que habrían tenido la dirigencia política y militar republicanas habría sido el de elegir una estrategia inadecuada para conducir la guerra impuesta por los sublevados y sus aliados. Batallas ofensivas con el planteamiento tan optimista de Brunete (julio) o Belchite (agosto) tendrían que haber tenido lugar más tarde que en 1937. 
El Canto del Pico no fue testigo del levantamiento del cerco de Madrid ni de la batalla que permitiera salvar al norte republicano. Por el contrario, tras la guerra pasó a ser propiedad personal de Franco, recibida de manos de su anterior dueño, el conde de Las Almenas, en 1941. Todo un símbolo del curso que tomaron los acontecimientos desde aquel verano de 1937, seguramente el momento menos desfavorable para los republicanos en toda la guerra.

Ernesto Viñas






lunes, 27 de agosto de 2018

Las dos Infanterías presentes en la batalla de Brunete


Publicamos a continuación la que creemos que es la lista completa y correcta de las unidades de Infantería de ambos ejércitos que combatieron en los dos escenarios vinculados a la batalla de Brunete: la propia zona de Brunete – Quijorna – Villanueva de la Cañada – Villanueva del Pardillo y el frente secundario de Usera. Lo hacemos como forma de ampliar el conocimiento histórico y también como complemento a nuestra base de datos, destinada a ayudar en las búsquedas de combatientes.
Confeccionar estas listas de batallones y brigadas mixtas e internacionales ha supuesto un trabajo bastante largo y difícil, porque nos hemos empeñado en hacer “la buena”, la que englobe a todas las unidades y las ordene con un criterio válido, que en este caso ha pretendido ser el de pertenencia  a una unidad mayor (una división) en el  momento de su entrada en fuego por primera vez.

A primera vista puede parecer más larga la nómina de unidades (batallones) que formaron parte del Ejército franquista, pero hay que tener en cuenta que en la lista republicana lo más visible son las brigadas, mixtas e internacionales, cada una de las cuales tenía cuatro batallones (que en los casos de brigadas mixtas hemos anotado de manera abreviada). Para verlo más claro, diremos que según nuestras cuentas, hubo sobre el campo de batalla hasta 81 batallones franquistas y hasta 129 republicanos. Conviene no olvidar que  la inferioridad numérica inicial franquista fue dramática, pero que no todas las brigadas republicanas entraron en combate simultáneamente ni al completo. Tampoco todas las que estuvieron al principio permanecieron hasta el final, porque en ciertos casos, algunas relevaron a otras. Alguna brigada mixta fue incluso llevada al campo de batalla pero no llegó a entrar en fuego.
Si tomamos como norma que un batallón podía rondar los 750 combatientes, sobre el papel los efectivos de Infantería  franquistas habrían alcanzado los 60.000 y los republicanos los 96.000, a los que habría que sumar en ambos casos los de las restantes armas y servicios presentes en vanguardia y en la retaguardia inmediata. De alguna manera, calculamos que quizás unos 180.000 hombres (incluida una fracción de mujeres comparativamente muy pequeña) pudieron estar implicados en distinto periodo, intensidad y puesto de combate en la batalla de Brunete. De ellos, 40.000 (17.000 del Ejército franquista y 23.000 del Ejército republicano) habrían sido bajas por muerte, por heridas de diversa consideración, por enfermedad física o mental, por haber sido hechos prisioneros o por haberse “presentado” en la otra trinchera. 
Esperamos vuestras críticas, datos y comentarios para detectar y subsanar los posibles errores que puedan tener estas listas o los datos que de ellas deducimos. En breve publicaremos las de las unidades de Aviación que combatieron en esta batalla. Reiterar la utilidad que creemos que esto puede tener para las búsquedas relacionadas con combatientes.















 












miércoles, 4 de julio de 2018

Más sobre la artillería antiaérea presente en la batalla de Brunete.

El artículo que publicamos al final del año pasado sobre la artillería antiaérea republicana fue posible gracias al descubrimiento en el Archivo Histórico del Ejército del Aire (en Villaviciosa de Odón) de un par de excelentes documentos sobre ese tema, que por suerte además no eran los únicos esperando a ser leídos. Indagando en esas mismas carpetas, posteriormente hemos ido encontrando más papeles dejados para la historia por la 7ª Sección (Antiaeronáutica) del Estado Mayor de la Jefatura del Aire del Ejército franquista. Estos documentos contienen valiosa información, obtenida durante la batalla de Brunete, sobre las aviaciones y las artillerías antiaéreas propia y republicana. 
Agosto de 1937, apenas terminada la batalla de Brunete, era el momento para que las dos fuerzas que se acababan de enfrentar se apresuraran a hacer balance y a sacar las conclusiones operativas necesarias de cara al siguiente combate. En el campo franquista, su Jefatura del Aire hizo una comparación entre la situación de julio de 1937 y la Gran Guerra europea, resaltando en primer lugar el grado de perfeccionamiento técnico alcanzado durante ese periodo por los aparatos de dirección y preparación del tiro artillero antiaéreo (los que apuntan y dirigen el fuego de una o más baterías de cañones), unas mejoras que a su juicio fueron incluso más destacables que las experimentadas por los propios aviones, de todos los tipos. Apoya la 7ª Sección esta afirmación en un dato impresionante que habla por sí solo de las magnitudes del consumo de materiales que implica la lucha moderna: al principio de la I Guerra Mundial los ejércitos de Francia y Alemania necesitaron hacer más de 11.000 disparos artilleros (de todos los calibres) para abatir un avión enemigo. Tres años más tarde, en 1918, en la fase final del mismo conflicto, Alemania había conseguido bajar ese número a 5.040, mientras que Francia lo había hecho a 7.000, teniendo además un tipo de dirección de tiro específica y más avanzada que permitía conseguir un derribo cada 3.200 disparos. En 1937, casi 20 años más tarde, con la guerra española en curso, la artillería antiaérea alemana de 88 mm había logrado reducir ese número de disparos hasta un promedio de 188 por avión derribado. Concretamente, en la primera quincena de julio (con solo una semana dentro de la batalla de Brunete) las baterías antiaéreas de ese calibre habían realizado algo menos de 2.000 disparos, consiguiendo derribar 10 aparatos republicanos y tocar de gravedad otros 12, todos ellos bombarderos.  
Confirmamos así algo que ya sabíamos, pero sobre lo que no teníamos datos concretos: que este eficaz fuego antiaéreo a cargo de la Legión Cóndor supuso un factor fundamental para explicar por qué la Aviación republicana fue perdiendo el dominio del aire a medida que transcurría la batalla de Brunete. Siempre según los datos recogidos en el campo franquista, si en la 1ª quincena de julio la media diaria de vuelos de las alas republicanas en la zona Centro fue de 90, para la segunda quincena de julio este concepto alcanzó solo a 42. Como casos extremos de esta reducción citamos que durante la primera semana de la batalla de Brunete (6 al 13 de julio), la Fuerza Aérea de la República Española (FARE) llegó a realizar 114 vuelos diarios, con un record de 197 durante el día 10, mientras que el 25 (final de la batalla) estuvo prácticamente ausente de los cielos madrileños. Dentro de la gráfica general que dibujó la actividad aérea republicana en julio, destaca además que a cada día de pico de intensidad de acciones aéreas le sucedía otro de enorme decrecimiento de las mismas, denotando con esto que la “Gloriosa” carecía de suficientes aviones y tripulaciones de reserva. Mantener en tierra una parte apreciable de sus efectivos resultaba por tanto imprescindible para permitir el descanso del personal de vuelo y la revisión y reparación de los aparatos tocados o forzados al límite en los feroces combates aéreos que  entablaban diariamente con las aviaciones franquistas: alemana, italiana o la autoproclamada “Nacional”. 
Meses antes, la primera actuación masiva de la Alemania nazi en favor del Ejército sublevado se había producido durante la batalla de Madrid, en noviembre de 1936. En ese momento la artillería antiaérea encuadrada en la Legión Cóndor (designada como F/88), estaba compuesta por 2 baterías de cañones Flak 30 de 20 mm (10 piezas) y 4 baterías de cañones Flak 18 de 88 mm (20 piezas). Teniendo en cuenta que la decisiva intervención alemana en la GCE habría movilizado entre el Reich y la zona franquista 4 aviones de transporte semanales y 170 atraques marítimos cargados con armas, personal y municiones, es seguro que durante julio de 1937 estos medios antiaéreos, únicos verdaderamente eficaces en su función de cuantos tuvieron los rebeldes a su disposición, se habían incrementado notablemente. Así, mientras transcurría la batalla de Brunete, el informe de la 7ª Sección Antiaeronáutica franquista menciona baterías antiaéreas emplazadas en Sevilla la Nueva, Boadilla del Monte, Toledo, La Granja, Madrid (zona de Carabanchel y Campamento de Retamares), Ávila, Casavieja (Campo Delta), Matacán (Salamanca) y Córdoba (y se echa de menos la que tenía que estar cerca de Navalagamella, muy presente en todos los partes de operaciones aéreas republicanos). La mayoría de estas baterías, sino todas, eran de 88 mm y pertenecían a la F/88. 

El tiro de los Flak 18 de 88 mm, siempre servidos por artilleros alemanes mandados por sus propios oficiales, frecuentemente obligó a los Katiuskas, Natachas y restantes aparatos republicanos de bombardeo a operar desde alturas en torno a los 4.000 metros (muy superiores a la ideal), comprometiendo su eficacia, a la vez que también se veían forzados a intentar reducir al mínimo su tiempo de presencia sobre los objetivos, para evitar resultar alcanzados. La Legión Cóndor, formada entre otras secciones por la K/88 (aviación de bombardeo), J/88 (aviación de caza), A/88 (aviación de reconocimiento) y la citada F/88 (artillería antiaérea), estuvo mandada inicialmente (hasta noviembre de 1937) por el general Hugo Speerle (o Sander), con el teniente coronel Wolfram von Richthofen como jefe de su Estado Mayor. Sander, como sus dos sucesores (Volkmann y Richthofen), ejercieron a lo largo de la guerra civil el mando efectivo de las aviaciones alemana y española, teniendo el primero de ellos también a la Aviación Legionaria (italiana) en sus manos durante la batalla de Brunete.  


Flak 88mm de la Legión Cóndor

Frente a estas capacidades de la artillería antiaérea provista por Hitler a su aliado Franco, los republicanos contaron con una DECA (Defensa Contra Aeronaves) de calidad equiparable gracias a las piezas soviéticas de 76,2 mm, de las que ya hablamos en un artículo anterior, pero que al resultar insuficientes para guardar de forma simultánea todos los frentes, obligó a desarrollar otras formas de lucha antiaérea mucho menos eficientes y sofisticadas, pero no por ello totalmente carentes de efecto. Para ilustrar una de las características más llamativas de la GCE en lo referente a armamentos, que fue la convivencia de los materiales y las tácticas más modernas con las más básicas y rudimentarias, citamos otro documento, también franquista y fechado en el frente de Aragón en septiembre de 1937. En él se confirma que dentro del Ejército popular se habían creado, en base a tiradores de fusil y ametralladora seleccionados, equipos de defensa antiaérea que debían actuar contra los cazas y bombarderos que les atacaran a baja altura. Para ello habían recibido una tabla de tiro adaptada para cada tipo de aparato enemigo, con las alzas del arma requeridas en las distintas distancias. En un intento por aumentar las posibilidades de cazar algún aparato fascista en el campo de batalla, se estaban organizando concursos para que estos equipos, formados por un sargento, un cabo y 20 soldados seleccionados, mejoraran sus capacidades disparando contra siluetas de aviones colocadas a 800 metros de distancia, y para motivar aún más a sus miembros, cada equipo vencedor en estas prácticas ganaría 500 pesetas, que se repartirían según el criterio de su jefe de batallón. 
Aunque esta táctica fuera precaria para enfrentar aparatos tan veloces como los existentes entonces, el solo hecho de que un aviador operando a baja altura supiera que le estaban esperando en cualquier trinchera para hacerle fuego con 20 armas individuales disparando salvas simultáneas debía generar un temor real, porque a la velocidad del proyectil se le sumaba la del avión, al que siempre había que disparar de frente, viéndolo venir. Al mismo tiempo, desde el lado del fusilero republicano, cualquier cosa era mejor que esperar pasivamente los bombardeos o la cadena (ametrallamientos) de la aviación enemiga, que a partir de Brunete empezó a disponer de una superioridad cada vez más clara y agobiante, igual que ocurriría con la artillería, ya se tratara de la ordinaria o de la antiaérea. El desarrollo de este tipo de lucha antiaérea en base a fusileros y la extensión de las medidas de defensa pasiva evidencian también que la situación de la frontera francesa y la escasa  frecuencia y regularidad de los suministros militares soviéticos obligaron al Ejército popular a adaptarse desde el otoño de 1937 a un nivel de aprovisionamiento insuficiente, al menos en comparación con el que tenían asegurado los sublevados. En el frente las balas debían hacer parte del trabajo de los antiaéreos, porque no había muchos, y porque un número apreciable de baterías estaban emplazadas en defensa de las ciudades republicanas, que ya sufrían bombardeos sistemáticos.    

Ernesto Viñas


     



miércoles, 27 de junio de 2018

XII Marcha conmemorativa de la Batalla de Brunete

Como cada año, Brunete en la Memoria y la AABI organizan la XII Marcha conmemorativa de la Batalla de Brunete. Esta ofensiva republicana, que tuvo lugar en julio de 1937, demostró las potencialidades del Ejército Popular de la República y en ella las Brigadas Internacionales desempeñaron un papel muy importante. 
Este año comenzaremos la marcha a las 9,30h  en Valdemorillo. El punto de encuentro y salida será  la entrada del Polideportivo Municipal Eras Cerradas, situado junto al IES Valmayor y el cementerio (Calle Eras Cerradas y Vereda del Camino de Robledo de Chavela). Desde allí descenderemos durante unos nueve kilómetros hasta llegar a Quijorna, punto final de la misma. Seguiremos así los pasos de las tropas de vanguardia del V Cuerpo de Ejército que aquella madrugada del 6 de julio de 1937, hace ahora 81 años, lograron penetrar las líneas de los rebeldes sin ser detectados.
Pondremos a disposición de los asistentes un autobús que saldrá de la Plaza de España de Madrid para llegar a Valdemorillo y una vez terminada la marcha regresará al mismo punto desde Quijorna. Para apuntarse hacer click aquí 
Este año, como novedad, el museo que Brunete en la Memoria tiene en Quijorna, permanecerá abierto para aquellos que no puedan hacer la marcha. Quien quiera disfrutar de esta visita guiada al museo. Para apuntarse hacer click aquí