lunes, 23 de noviembre de 2015

Sobre los nórdicos de la XI brigada internacional en la batalla de Brunete.

Varios documentos valiosos han caído últimamente en nuestras manos. Unos provienen del archivo ruso RGASPI y nos han llegado gracias a los amigos que comparten habitualmente información con nosotros. Otros vienen del AGMAV (Ávila) y los hemos conseguido directamente en su vieja sala de investigadores, donde cada vez que podemos, pasamos unas horas que siempre se hacen cortas, de tanto que hay allí para ver. Mientras dábamos estos documentos de alta en nuestro índice, se hizo evidente que en ellos teníamos la base para intentar escribir algo acerca de los brigadistas escandinavos o del norte de Europa que en julio de 1937 estuvieron en la XI brigada de la 35 división (brigadas XI, 32 y 108), cubriendo el sector que discurría entre Brunete y Quijorna. Los suecos, noruegos, finlandeses y daneses formaron un grupo de combatientes reducido, pero seguramente bien avenido, entre otras cosas porque su proximidad de origen les igualaba ante el enorme contraste existente entre Escandinavia y la tierra ibérica que vinieron a defender de la sublevación franquista.


posiciones XI BI en Quijorna, Fuente: RGASPI


Durante la batalla de Brunete, no hemos identificado finlandeses en la XI brigada internacional, aunque sabemos que sí hubo algunos en la XV. Por otra parte, los daneses, aún no siendo escandinavos, parece que fueron agrupados preferentemente con suecos y noruegos en la XI brigada, 3º batallón (“Thälmann”, jefe George Elsner), 1ª compañía. Por norma, los internacionales debían representar en torno al 50% de los efectivos de una brigada internacional, pero sabemos que en el verano de 1937 esta proporción en la XI brigada no pasaba del 20%. Si contamos con la presencia de numerosos brigadistas alemanes y austriacos, podemos arriesgarnos a afirmar que en esta 1ª compañía pudo haber en torno a 30 - 40 daneses y escandinavos en ese momento, equivalentes casi a una sección (reglamentariamente había cuatro secciones por compañía; tres de infantería y una de ametralladoras).

Fuente: RGASPI
XI BI en Quijorna, Fuente: RGASPI


De esta 1ª compañía han llegado hasta nosotros un par de listas con los nombres de muchos de sus combatientes y varios planos de sus posiciones, que en julio de 1937 estaban entre el  arroyo de Los Morales y la carretera que pasa junto a Brunete y va a Chapinería y Navas del Rey (la actual M-501). Desde que comenzara la batalla de Brunete, el día 6, los cuatro batallones de la XI brigada fueron entrando en combate por separado y sin enlace entre ellos. Hasta el día 11, dos de estos batallones (1º y 3º) estuvieron desplegados cerca y al O de Brunete, agregados a la 11 división de Lister, mientras que los otros dos (2º y 4º) participaron junto a la 46 división de El Campesino en la toma del cementerio y el pueblo de Quijorna. Cumplido este objetivo, estos dos últimos intentaron continuar avanzando hacia el S junto a la 108 brigada mixta, pero les resultó imposible  ir más allá del arroyo de Los Morales, sobre un paisaje que hoy apenas ha cambiado desde entonces.




XI BI, Fuente: Archivo Militar de Ávila


Pasada una primera semana de acción ofensiva, que produjo para los republicanos solo una modesta ganancia de terreno, se alcanzaron las líneas que señalan los planos que acompañan este artículo. Estas posiciones se crearon y se pudieron mantener únicamente entre los días 11 y 25 de julio, dos semanas en las que la XI brigada y el resto de la 35 división de Walter no paró casi en ningún momento de combatir, de tender alambradas o de cavar trincheras, refugios y demás elementos propios de una primera línea estabilizada. Todos estos trabajos de preparación defensiva se tuvieron que hacer empleando picos y palas sobre un suelo duro y seco como pocos y con cerca de 40 grados de temperatura muchas horas del día. Si estas condiciones extremas de tensión, riesgo y agotamiento afectaban por igual a todos los combatientes, es lógico pensar que los brigadistas suecos y escandinavos lo debieron pasar particularmente mal por causa de un calor simplemente inconcebible en sus países de origen.


"NORDISK INSULINLABORATORIUM COPENHAGEN"
Tubo de insulina de un laboratorio de Copenhagen, encontrado en Quijorna,
metal, largo: 5cm ,  diam. 1,5 cm
(colección Brunete en la Memoria)

"INSULIN LEO" 
Tubo de insulina de un laboratorio de Copenhagen, encontrado en Quijorna,
metal, largo: 5cm ,  diam. 1,5 cm
(colección Brunete en la Memoria)

Superando cualquier dificultad, la 35 división, situada entre las vecinas 11 (izquierda) y 46 (derecha), hizo fracasar en su sector cada una de las contraofensivas franquistas que tuvieron lugar entre los días 18 y 25, todas llevadas a cabo por fuerzas selectas (13 división y 4ª brigada de Navarra) y apoyadas por un poder de fuego aéreo y artillero apabullantes. El día 24 los noruegos recibieron en primera línea la visita del escritor Nordhal Grieg, que participaba en el Congreso de Escritores Antifascistas que se estaba celebrando entonces en Madrid y Valencia en demostración del apoyo de los intelectuales progresistas del mundo a la causa republicana. Junto a él también estuvo en el campo de batalla de Brunete una compatriota, la periodista Gerda Grepp. Hay una foto en la que se los ve acompañados por Ludwig Renn, jefe de la XI brigada desde el día 20 de julio. Quien sabe si todos ellos se cruzaron entonces con Gerda Taro, la joven fotógrafa alemana que se movió con relativa libertad dentro del sector de la 35 división hasta que sufrió un terrible accidente fruto de un bombardeo durante el día 25, cerca de Villanueva de la Cañada, durante el peor momento por el que pasó el Ejército de Maniobra en los 20 días que duró esta batalla.

Durante el 26, último día de lucha en esta batalla, mientras Gerda Taro moría en uno de los tres hospitales existentes en El Escorial, toda la XI brigada internacional se afanaba por preparar nuevas posiciones sobre la margen derecha (N) del arroyo de Los Morales, a unos tres kilómetros de Quijorna. Durante el día anterior (el 25) había tenido que replegarse de las que tenía desde el 11 en la margen izquierda para evitar el riesgo de resultar atacada de revés a raíz de la pérdida de Brunete. El 28 de julio la XI brigada internacional recibió la orden de ceder sus posiciones a otra unidad republicana y trasladarse a Collado Villalba, donde debía descansar y reorganizarse tan rápido como resultase posible, ya que se esperaba que Franco pudiera intentar una maniobra ofensiva sobre Madrid, lo que al final no ocurrió.

Entre los tres documentos procedentes de Ávila que adjuntamos a este artículo hay una lista corta que solo tiene nombres de daneses, noruegos y suecos. De todos ellos, solo teníamos noticias previas del tercer brigadista empezando por el final, llamado Martin Schei. En agosto de 1937 Martin tenía solo 18 años, pero le quedaban solo unas semanas de vida. Sabíamos de él porque nuestros amigos noruegos Tore, JoStein y Jon Olav nos habían pedido hace unos tres años ayuda para intentar rastrear su tumba en la zona de Belchite, la batalla que sucedió a la de Brunete y a la que también fue enviada la XI brigada internacional. Sobre Martin Schei, que debía cumplir los 19 años el día 28 de septiembre, no sabemos ni si pudo llegar a hacerlo, ni en qué lugar estará enterrado, pero ya es un paso adelante el haber podido encontrar su nombre en esta lista de sobrevivientes de Brunete (¿y nuevas incorporaciones a la 1ª compañía?) hecha solo un mes y medio antes de su muerte en la zona de Mediana, provincia de Zaragoza.

Los daneses, suecos o noruegos que vinieron voluntariamente a España para defender a la II República en los frentes o desde el Hospital Sueco - Noruego de Alcoy, fueron correspondidos poco tiempo después por los republicanos españoles que tras perder la guerra civil, participaron en abril de 1940 en la operación de la bahía noruega de Narvik, encuadrados en la Legión Extranjera Francesa, con la que siguieron combatiendo a los nazis, lo que ya venían haciendo desde el verano de 1936, mientras la Europa "democrática" impedía que el Frente Popular se armara y pudiera defenderse del fascismo.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Sobre las búsquedas de combatientes desparecidos.

Este artículo está escrito pensando fundamentalmente en las familias que se hayan propuesto buscar un combatiente muerto o desaparecido en los frentes de la guerra civil, pero también pretende resultar útil para quienes tuvieron en su entorno a un soldado que sobrevivió a la guerra y del cual ahora se quieren descubrir o ampliar datos sobre su trayectoria vital entre 1936 y 1939.


A 79 años del inicio de la GCE, las experiencias de guerra que vivió cada combatiente se suelen conocer en su entorno familiar por cartas, fotos o documentos oficiales, pero en la mayoría de los casos, estamos comprobando que muchos hijos, nietos y bisnietos solo cuentan con datos imprecisos sacados del relato del propio protagonista, de un compañero de armas o de los parientes de más edad que lo conocieron directamente. Por lo general los testimonios orales nunca fueron grabados o contrastados cuando esto se pudo hacer, y hoy se van haciendo más difusos e incompletos en la memoria de quienes quieren saber más cosas del “abuelo” ausente. Estas personas no lo tienen fácil, entre otras cosas, porque desde el final de la dictadura franquista no se ha hecho desde los poderes públicos prácticamente ningún trabajo sistemático que facilite el conocimiento de las biografías de guerra de los cientos de miles de combatientes que se vieron involucrados en la GCE.

Frente a esta desatención, e igual que ocurre en los casos de quienes sufrieron la represión, el compromiso familiar con la memoria de un desaparecido en combate también tiene razones afectivas y políticas, y el mismo derecho y urgencia por resolverse, pero a diferencia de quienes fueron asesinados durante o después de la guerra, los desaparecidos en el frente todavía no han llegado a recibir la atención plena de las asociaciones de memoria histórica. Los desaparecidos en combate (sobre todo si fueron del Ejército Popular) bajo nuestro criterio son el grupo que hoy sigue más desatendido de cuantos tomaron parte en la GCE.

Con respecto al papel de las instituciones, todos sabemos que tras la insuficiente Ley de Memoria Histórica de 2007, la atención que el actual Gobierno presta a los muchos miles de desaparecidos republicanos es tan pequeña, que lo que estamos viviendo se puede calificar sin temor a equivocarnos de encubrimiento de los crímenes franquistas y olvido premeditado de la historia. Ante este estado de cosas, el mensaje primero y fundamental que queremos difundir, es que es preciso seguir trabajando de forma voluntaria, pero también lo es mantener y aumentar la exigencia sobre todos las administraciones del Estado hasta conseguir que cada una en su espacio de responsabilidad inicie un trabajo serio orientado a rastrear el paradero de quienes siguen desaparecidos, ya sea por causa de la represión franquista o porque se perdieron en combate, sin importar a cuál de los dos ejércitos pertenecieron. 
    
En el caso de los desaparecidos en combate, nuestra opinión es que el trabajo que se puede y se debe hacer debería comenzar por realizar la digitalización y posterior estudio individual y comparativo de una buena parte de los cientos de miles de documentos guardados en los diferentes archivos militares y de otra procedencia que existen en España y en otros países europeos. Entre estos documentos, ya sean públicos o todavía secretos, custodiados por archivos históricos y administrativos diversos, existen categorías enteras de papeles que se deberían revisar de manera prioritaria porque contienen datos personales de individuos y extensas listas con nombres de combatientes, que trabajados sistemáticamente, permitirían confeccionar bases de datos con miles de nombres que de inmediato se podrían poner a disposición de las familias implicadas en búsquedas. Esto se puede hacer cumpliendo estrictamente las garantías del derecho a la intimidad que contemplen las leyes vigentes y sin necesidad de grandes medios económicos. Es ante todo una cuestión de voluntad política y de cualidades morales, pero a pesar de ser relativamente sencillo, con excepciones tan honrosas como escasas, este trabajo permanece sin acometerse. Existen, todavía en 2015, desinterés, descompromiso y sobre todo, la inercia del desprecio a la memoria de los republicanos, una situación heredada del franquismo que fue revalidada y prolongada durante la Transición y que lamentablemente llega a nuestros días. No se ha hecho justicia a los defensores del régimen republicano legítimo y democrático solo otorgándoles pensiones u otro tipo de compensaciones económicas. Hoy sigue pendiente el reconocimiento político a su lucha y la adopción de una  posición clara del actual Estado frente al franquismo que solo puede ser de repudio, pero esto, con gobiernos como los que hemos tenido, y especialmente con el actual, sabemos que resulta imposible.

Los combatientes desaparecidos del ejército franquista, tanto si asumieron conscientemente los fines políticos del golpe de estado como si lucharon del lado de los sublevados tras ser reclutados a la fuerza,  tienen el mismo derecho a ser buscados e identificados por petición de sus familias que los republicanos. Esto no alteraría en nada  el propósito antes expuesto de condenar social e institucionalmente el golpe del 18 de julio de 1936 y el régimen de él derivado, del que además muchos de sus soldados pensamos que también fueron víctimas, no teniendo objetivamente nada que ganar con el triunfo “nacional”, y sí mucho que perder como ciudadanos y trabajadores en un país que entre 1931 y 1936 se hallaba en la transición hacia la democracia efectiva en todos los aspectos, incluido el económico.

Actualmente las asociaciones de memoria histórica están dedicadas fundamentalmente a la gigantesca tarea de localización y dignificación de los muertos causados por la represión franquista. Si entendemos que hacen este trabajo prácticamente solas, sin apoyo institucional, nos explicaremos  porqué quedan aún menos energía y medios para las búsquedas centradas en combatientes, un tipo de protagonista o víctima de la guerra menos politizada y más difícil de rastrear que los represaliados de la dictadura, ya que a las dificultades antes expuestas deben sumarse otras específicas tales como la movilidad de los ejércitos y la naturaleza caótica del combate.

Cuando se trata de temas militares, cualquiera que haya pasado unas cuantas jornadas investigando dentro de un archivo histórico de la GCE sabe cuantas pistas y preguntas nuevas surgen con cada carpeta que se abre. Siguiendo un tema concreto, nosotros mismos nos hemos encontrado a veces con documentos que permitirían iniciar nuevas vías de investigación tan interesantes o más que la que nos ocupa desde hace años, la batalla de Brunete, pero debemos resistir la tentación. Investigando en Salamanca, Ávila o Madrid, resulta apabullante la riqueza documental guardada en los archivos históricos, unos centros de acceso libre pero quizás poco conocidos y visitados. Muchos de los documentos que pasan por nuestras manos relacionan nombres personales con acciones bélicas concretas, y las informaciones que contienen pueden darnos a conocer  por ejemplo la pertenencia de un soldado a una determinada unidad, pero también sus  combates, desplazamientos, dieta, disciplina, mandos, armamento, moral, filiación política, etc.

Quienes trabajamos organizados como Brunete en la Memoria empezamos hace cerca de ocho años a intentar ayudar a las familias que se ponen en contacto con nosotros. En este momento tenemos cerca de 80 búsquedas abiertas y 5 resueltas. Con la experiencia adquirida y aprovechando los cientos de copias de documentos que hemos acumulado, ya nos atrevemos a proponer unas pautas que puedan servir para iniciar con alguna probabilidad de éxito la búsqueda del lugar de enterramiento o el rastreo de la trayectoria de cualquier soldado que combatiera en esta batalla o en esta zona de los frentes del Centro. Bajo nuestro criterio, con ciertos conocimientos específicos, el mismo procedimiento y recursos también pueden aplicarse al resto de frentes. La misma técnica de búsqueda que usamos para caso de la batalla de Brunete puede servir para las demás zonas geográficas y épocas de la GCE.

Un soldado o un mando de cualquier unidad, combatiente o no, puede ser baja de muy diversas formas: puede resultar muerto en zona propia y cerca de sus compañeros de armas, en zona enemiga, en tierra de nadie, puede ser baja también por heridas de guerra o por accidente, por enfermedad física o mental, por pasarse de bando, por caer prisionero, por ocultarse o desertar, etc. De todas estas distintas situaciones, algunas encuentran más frecuentemente reflejo en los documentos generados por las unidades y estamentos militares. Por norma se conservan más completos los archivos que provienen de unidades del ejército franquista; es lógico que esto sea así, ya que el ejército que gana la guerra no tiene necesidad de destruir documentación, ni llevarla consigo al exilio, ni de ocultarla al conocimiento del vencedor. Los papeles generados por las diversas unidades del ejército sublevado y de los diferentes escalones de su Mando, incluido el superior, fueron según parece, reunidos y conservados de manera ordenada. Hay que señalar no obstante, y esto afecta también al tema de los nombres, que sobre toda esa documentación propia parece haber existido un filtro, selección o censura que evitó que (si las hubo), llegaran hasta nosotros menciones explícitamente críticas a la actuación de unidades o mandos, o documentos en general desfavorables para los intereses del régimen franquista.

Por el contrario, en la documentación generada por el ejército popular la crítica y la opinión personal poco o nada censurada son ingredientes habituales en muchos documentos. En docenas de informes que hemos leído, junto a comentarios positivos, se pueden leer también críticas a fuerzas de la propia unidad o de otras vecinas por su actuación en el combate, relatos de las penurias materiales, incluso si son debidas a una mala organización de los servicios propios, etc. Todo esto es perfectamente coherente con una joven fuerza armada en periodo de consolidación, lo que ocurre al tiempo que sostiene una guerra sin cuartel en condiciones de dureza extrema. Lamentablemente, en contraste con su mayor calidad, la documentación republicana presenta grandes zonas en blanco, ya que no está conservada íntegramente, y esto reduce las posibilidades de encontrar listas que contengan nombres de combatientes.

En síntesis, la idea general que se saca del estudio de los documentos militares (de los relacionados con la batalla de Brunete al menos), es que en el ámbito del ejército franquista la información que ofrece su documentación es abundante y detallada, pero también es bastante previsible, ya que está escrita de manera muy reglamentaria y no contiene críticas a los escalones jerárquicos superiores ni a las capacidades combativas de la tropa. Abundan las descripciones sospechosamente favorables de la conducta militar propia y el menosprecio (en grado variable) de la del enemigo. Estudiando sistemáticamente la documentación militar franquista llama la atención que nunca aparezcan episodios de cobardía, ineficacia, mal comando, etc, hechos que son comunes en cualquier guerra y ejército, pero que no interesó a los vencedores que fueran conocidos. Del lado republicano, tenemos una documentación mucho más incompleta, pero también más interesante y menos reglamentaria, y por tanto, menos aburrida. Sabemos que no fue filtrada para intentar mejorar la imagen del EPR, y aunque muchas veces duela lo que se está leyendo, la sensación de que merece credibilidad es por lo general mayor que en el caso de los documentos franquistas. Es común que entre los papeles del EPR se encuentren versiones divergentes sobre un mismo hecho, mientras que tal cosa es excepcional entre la documentación “nacional”. 

Entrando en la materia concreta de las búsquedas, después de haber tratado de describir a grandes rasgos  el panorama que puede encontrar el investigador, podemos decir que como punto de partida resultará casi imprescindible conocer algunos de los siguientes datos acerca del combatiente a rastrear:

-   Nombre completo, fecha y lugar de nacimiento.

-   Lugar de España donde estaba el 18 de julio de 1936 y/o en fechas posteriores.

-   Ejército y unidad o unidades en la que combatió. Este dato puede recordarlo la familia o se puede llegar a saber por documentos o cartas, ya sean personales u oficiales, por el sello de un carné, carta, informe médico, etc. En determinados casos se puede llegar a deducir la unidad en la que estuvo un combatiente a partir de un dato geográfico, de una fecha o estación del año, del testimonio aportado por la familia de un compañero de armas, del simple conocimiento nombre de un mando, etc.

-   Si había cumplido el servicio militar antes de la guerra.

-   Militancia política o sindical conocida.

-   Fotos, o cualquier otro dato personal, individual o colectivo, directo o indirecto. Todo puede servir, al menos para acotar campos de búsqueda.  

Un combatiente determinado puede aparecer nombrado individualmente con su nombre y apellidos en un documento militar por diversos motivos: ser destinado a una unidad, ser traslado de una a otra, por ingresar, ser trasladado o dado de alta de un hospital, por recibir un ascenso, por serle aplicada alguna medida disciplinaria, por estar ausente en una revista de fuerzas, por ser baja en combate, por pasarse o ser tomado prisionero por el enemigo (generalmente registra el nombre la fuerza receptora del pasado o el prisionero, y no la que lo pierde), por ser condecorado o actuar de forma destacada en combate, por recibir una misión especialmente peligrosa o importante, etc. Generalmente las unidades franquistas, al terminar la batalla de Brunete, tuvieron la costumbre de hacer las listas completas de las bajas que tuvieron en las operaciones. Esas listas de bajas engloban muchas veces a todas las categorías de combatientes, mientras que en otras ocasiones solo aparecen identificados jefes, oficiales y suboficiales. En el caso de los Regulares, combatientes de origen norteafricano, no siempre se anotaron  sus nombres, sino que es frecuente que figuren solo los números por los que eran identificados. Hasta ahora, del lado republicano, no hemos encontrado listas específicas con los nombres de sus bajas de la batalla de Brunete, aunque sí de otras.

Cuando respecto a un combatiente concreto sabemos o intuimos que fue baja por acción de guerra, lo primero en que deberíamos pensar es que pudo resultar herido, leve o de gravedad variable, ya que las muertes instantáneas por explosión de un proyectil o por arma de fuego suponen un porcentaje relativamente bajo del total de las bajas ocurridas en un combate. Existe también la posibilidad de que ese soldado pudiera haber sido hecho prisionero. En el caso de muerte en el campo de batalla, pudo pasar que su cuerpo fuera recuperado por sus compañeros de armas, que lo hiciera el enemigo, o que hubiera permanecido en la tierra de nadie sin poder ser recogido. Cuando el cuerpo de un combatiente lo encuentra su propio ejército, hay que suponer que el celo por identificarlo y acreditar su baja será mayor que si lo hace el ejército contrario. También es casi seguro que, de quedar un combatiente caído en manos de sus camaradas de armas, se procedió a un enterramiento  respetuoso y en un lugar identificable posteriormente. En este caso, su identidad, si las circunstancias lo permitieron, intentó ser averiguada y comunicada al Mando de la unidad, el cual a su vez lo comunicaría al escalón superior del Ejército, y el Ministerio de la Guerra a la familia, en caso de estar esta localizable. Si el soldado resultó herido y fue hecho prisionero, en principio tuvo que ser evacuado a un hospital, procediéndose con él en tanto no estuviese curado, igual que con un combatiente del ejército propio, lo que debería dar lugar al menos a una anotación de su identidad en un registro hospitalario. Frente a esto, que es el comportamiento acorde con las leyes de guerra, existieron casos en que soldados heridos fueron abandonados a su suerte o rematados en el campo de batalla; esta práctica criminal, que también sufrieron en ocasiones los prisioneros ilesos, nunca deja pruebas documentales hechas por el Mando responsable del asesinato.

Cuando un soldado herido era recogido en el campo de batalla, ya fuera por los sanitarios de su propio ejército o por los del enemigo, normalmente se lo trasladaba en camilla y sin pérdida de tiempo fuera de la línea de fuego para poder permitir una primera cura y su evacuación. Eficacia, velocidad y una correcta práctica médica eran fundamentales en esos momentos dramáticos para la vida del herido, por lo que los ejércitos siempre debían tener previstos de antemano una sucesión de puestos o escalones sanitarios pensados para garantizar al máximo nivel posible la supervivencia del herido y ahorrarle sufrimientos. Una vez recibida la primera cura y triage (evaluación) de su estado, el herido empezaba a viajar hacia la retaguardia tan rápidamente como permitían la situación de los combates, las vías existentes y la disponibilidad de medios de transporte. Atendido en el puesto de socorro del batallón, debía pasar a una ambulancia o a un camión, con un grado de prioridad condicionado por la gravedad y tipo de sus heridas y por la disponibilidad de medios de evacuación. Sus siguientes paradas serían bien otros puestos de clasificación de unidades superiores (sucesivamente brigada, división y cuerpo de ejército) situadas a lo largo de la ruta que terminaba en un hospital de sangre, o bien directamente el propio hospital de sangre (para heridos de guerra), donde recibiría la atención quirúrgica o especializada necesaria. Ya estabilizado e intervenido, podía ser dado de alta directamente o ser trasladado a otro hospital de convalecencia para recuperarse física o sicológicamente, recibir prótesis, hacer rehabilitación, etc.

Toda la actividad militar siempre cuida mucho los aspectos burocráticos y estadísticos. Durante la preparación de las operaciones que desembocaron en la batalla de Brunete, el Mando republicano, al organizar los servicios sanitarios del Ejército de Maniobra y del cuerpo de ejército de Vallecas puso un gran énfasis en que se llevara en todo momento un estricto control  del número e  identidad de todos los heridos y fallecidos que se preveía recibir. Sin embargo, los documentos que hemos podido consultar demuestran que, al menos en los puestos de clasificación adelantados la realidad existente en muchos momentos impedía cumplir con esa tarea, por lo que no siempre se pudieron hacer las identificaciones y estadísticas exigidas por el Mando con la eficacia deseada. Del lado del ejército franquista, la situación pudo ser parecida durante las primeras jornadas de combates, ya que la ofensiva republicana les alcanzó de lleno y por sorpresa, pero con el paso de los días la infraestructura de su sanidad militar se expandiría y podría trabajar en mejores condiciones que la republicana, por disponerse de líneas exteriores al campo de batalla para las evacuaciones y de una paulatina superioridad aérea, lo que minimizaba el riesgo de ataques a vías de comunicación y  zonas de actividad y concentración de hombres y materiales, incluidos los sanitarios.

Descritas brevemente la teoría y la realidad vivida en torno a las evacuaciones y tratamiento de las bajas, sabemos que cuanto más a retaguardia (más lejos del frente) llegara un soldado evacuado, más posibilidades existieron que tal situación quedara recogida en un documento. Además de en las listas de prisioneros que cada ejército tomara a lo largo de las operaciones, centraremos las búsquedas en los libros o fichas de alta y baja de los hospitales, en los partes escritos desde puestos de clasificación de heridos, en las órdenes de traslado de heridos a casas de reposo y centros de recuperación situados lejos del frente, y en general, en cualquier tipo de documento de la sanidad militar relativo a estadística y movimiento de pacientes. Otra fuente fundamental a la hora de conocer el destino de un herido van a ser los registros civiles de aquellos pueblos en los que existió un puesto de clasificación de heridos, un hospital, o que simplemente se encontraban a lo largo de las carreteras que unían centros sanitarios situados en la zona de operaciones militares. Igual que ocurre actualmente, cualquier fallecimiento ocurrido en un municipio debía quedar recogido en el libro de defunciones de su juzgado de paz o registro civil correspondiente, por lo que las muertes causadas por heridas de guerra durante las evacuaciones se deben buscar en los libros de defunciones con los que cuentan todos los municipios del país. Del mismo modo, si se han conservado, también habrá que consultar los documentos correspondientes a esa época que se descubran en los archivos municipales, así como los libros parroquiales (o registros de cementerios) de los municipios que tuvieron centros de la sanidad militar. Lo habitual en esos casos es que fueran habilitadas zonas especiales en los cementerios para enterrar a los combatientes que fallecían en tránsito al hospital o dentro del mismo, lo que como se puede imaginar, era algo frecuente. Por último, muchos enterramientos colectivos de combatientes, tanto identificados como no identificados, fueron levantados en torno al año 1959 para ser trasladados al Valle de los Caídos por voluntad de Franco. La documentación conservada en este  lugar identifica a una buena parte de los cuerpos que se trasladaron y su correspondiente procedencia geográfica. El número total de cuerpos que se cree que puede albergar el Valle de los Caídos se acercaría a los 40.000, pertenecientes a los dos ejércitos. 

En síntesis, para tener alguna probabilidad de avanzar en una búsqueda de un combatiente  proponemos armarse de mucha paciencia e intentar seguir estos pasos:

-   Tratar de reunir el máximo número de datos sobre la identidad del soldado buscado. Ayudará mucho conocer la unidad o unidades por las que pasó, así como los frentes, hospitales, cursos, ascensos o cualquier otra circunstancia de su participación en la guerra, por irrelevante que parezca.

-   Tras reunir en el ámbito familiar todos los datos posibles, tocará sumergirse en los archivos militares que custodian toda la documentación que se conserva de la guerra civil, previamente a lo cual, conviene aceptar que será mucho más probable encontrar información que haga referencia a la unidad donde estuvo la persona buscada que a la propia persona concreta. En primer lugar se debería buscar en los archivos militares de Ávila (AGMAV) o Madrid (IHCM). De estos dos, el primero tiene fondos originales y completos, mientras que el segundo guarda copia de cerca del 75 % de esos mismos fondos. Si la búsqueda es de un combatiente del ejército republicano, hay que consultar inexcusablemente el archivo de Salamanca (CDMH). En todos los casos, hay que tener siempre en cuenta la jerarquía de las unidades militares: sección, compañía, batallón, regimiento, brigada o brigada mixta, división, cuerpo de ejército y ejército. Conociendo la relación de pertenencia de cualquiera de estas unidades con respecto a las otras, ya sean mayores o menores, el seguimiento documental se puede desarrollar de manera lógica, y si hay suerte, incluso sencilla.

-   Si se sabe o se piensa que el combatiente buscado pudo haber caído prisionero, lo que pudo desembocar en juicio y presidio, se deberían consultar los archivos de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, del Tribunal de Cuentas (ahora en Salamanca), y de los Tribunales Militares Territoriales, estos, repartidos por todo el país.

-   Además de lo dicho en los apartados primero y segundo, también habrá que centrar la atención en los registros civiles y archivos municipales y parroquiales de los pueblos y ciudades de la zona de operaciones (considerada esta con amplitud), poniendo un énfasis especial en los lugares que tuvieran uno o más hospitales o puestos de clasificación de heridos. Para hacer bien este tipo de investigación, será necesario conocer las líneas de evacuación previstas y la infraestructura sanitaria sobre el terreno de ambos ejércitos, pero preferentemente de aquel del que formaba parte el combatiente buscado. Las búsquedas centradas en el ámbito hospitalario deben tener en cuenta que la política común a todos los ejércitos de descongestionar la sanidad de la zona de guerra, por lo que, en cuanto resultaba posible, a los heridos y enfermos se los trasladaba a la retaguardia profunda de la zona propia, con lo que se dejaba una cama libre cerca del frente. Esto obligará a rastrear en lugares alejados y en fechas bastante posteriores (incluso varios meses) respecto a los datos geográficos y temporales que marquen el punto inicial de nuestra búsqueda. 

-   Buscar en el archivo provincial o regional de cada zona concernida cualquier tipo de documentación hospitalaria o relativa a los centros de reclutamiento de época. A modo de ejemplo, el Archivo Regional de Madrid conserva cerca de 30.000 fichas de ingreso de heridos de guerra en el entonces Hospital Provincial.

-   Se pueden consultar el Archivo General Militar de Guadalajara y el Archivo General Militar de Segovia. El primero de ellos guarda los historiales de tropa recogidos durante el servicio militar. El segundo tiene los historiales de oficiales. No podemos aclarar con precisión el periodo de tiempo al que pertenecen los documentos guardados en ambos archivos, pero posiblemente abarquen desde antes de la guerra civil.

-   Entrar en contacto con el Valle de los Caídos para averiguar si en sus libros de ingreso está registrada la persona buscada. Una información menos importante, pero válida  también, es la relativa a la procedencia de cada una de las cajas que fueron trasladadas allí, principalmente en torno a 1959. En cada municipio desde donde se exhumaron y salieron esos restos se  debió guardar documentación sobre este hecho.

-   Por último, recomendamos no hacerse grandes expectativas de éxito, pero sobre todo, no abandonar la búsqueda a pesar de las frustraciones que seguramente se acumularán a lo largo de la investigación. La terquedad en el empeño y la lealtad al recuerdo del familiar que hizo la guerra serán cualidades imprescindibles para mantener un esfuerzo prolongado. También se necesitará imaginación y apertura mental para descubrir nuevas fuentes orales, escritas, fotográficas o de cualquier otro tipo. Hay que anotar todo lo que llame la atención y trabajar colectivamente si es posible. También resultará de gran ayuda entrar en contacto con asociaciones de memoria histórica o estudiosos de cada lugar y momento de la guerra. Si compartimos información, cada avance parcial dará un poco más de luz a quienes están en una situación similar.

Para terminar, no debería olvidarse que la situación que vivimos actualmente es totalmente anómala, ya que el Estado no está ejerciendo su deber de asistir en las búsquedas de los desaparecidos de todo tipo que dejó tras de sí la guerra y la represión franquista. Solucionar este déficit de justicia y de respeto a las organizaciones y los ciudadanos será una tarea que tarde o temprano realizaremos como sociedad desde unos poderes públicos verdaderamente democráticos. No permitir que la actual situación de impunidad y olvido se prolongue es también es una forma de homenaje a cada desaparecido que deberíamos tener en cuenta por ejemplo al votar.

Mientras entre todos hacemos llegar estos cambios tan necesarios a nuestra sociedad, nosotros nos ofrecemos para ayudar desinteresadamente en cualquier búsqueda relacionada con la batalla de Brunete o con esta zona del frente de Madrid en cualquier momento de la guerra.

Brunete en la Memoria, septiembre de 2015.

           





 
  

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sábado, 8 de agosto de 2015


El hospital de la calle Cartagena 121, barrios de La Guindalera y Prosperidad.






Iniciado julio de 1937, dentro del Ejército del Centro republicano, el límite entre sus cuerpos de ejército I y II estaba situado cerca de Las Rozas, concretamente entre la carretera de La Coruña y la esquina SO de El Pardo. Los citados cuerpos I (divisiones 1, 2 y 3) y II (divisiones 4, 6 y 18) tenían por misión defender sendos sectores definidos del frente, por lo que sus fuerzas no tomaron parte en la ofensiva de julio, sino que se mantuvieron fijas en sus trincheras, que en el caso del II cuerpo estaban en las cercanías y en el interior de la cuidad de Madrid. La operación ofensiva que conocemos como batalla de Brunete fue encargada por el Mando republicano a dos agrupaciones de fuerzas que se crearon el día 2 de julio con carácter temporal y solo para este fin específico: el Ejército de Maniobra (cuerpos de ejército V y XVIII) y el cuerpo de ejército de Vallecas.
El Ejército de Maniobra, del que hemos hablado en muchas ocasiones, contó como fuerzas de primera línea con seis divisiones, llevó el peso fundamental de la ofensiva y atacó partiendo desde posiciones pertenecientes al I cuerpo de ejército (zona de Valdemorillo a Colmenarejo).
El cuerpo de ejército de Vallecas, al que por fin le dedicamos un poco de nuestra atención, estuvo formado por las divisiones Gallo (brigadas mixtas 6, 7 y 21) y Bueno (brigadas mixtas 19 y 41), todas españolas. Su zona de ataque fue el barrio de Usera, que estaba incluido dentro del sector del II cuerpo de ejército, cuyos jefes superiores (tenientes coroneles Romero Jiménez y Otero Ferrer) lo eran también del recien creado cuerpo de ejército de Vallecas. Este último utilizaría para esta operación los servicios (sanidad, transportes, etc) pertenecientes al II cuerpo. Cuando se inició el ataque, a las 14 horas del día 6 de julio, las brigadas 21 y 41 estuvieron en las respectivas vanguardias de sus divisiones.
Como ya sabemos, la misión que se les encomendó al Ejército de Maniobra y al cuerpo de ejército de Vallecas fue la de romper las líneas franquistas que tenían delante y avanzar desde sus posiciones de partida hasta reunirse en el entorno de Leganés – Alcorcón, siendo el punto concreto de encuentro señalado el sanatorio de San José, que todavía existe y está pegado al actual barrio de La Fortuna, junto a la M – 40. En el caso del cuerpo de ejército de Vallecas, la orden que recibió del EMC fue la de empujar el frente del II cuerpo de ejército desde el río Manzanares hasta el arroyo de Butarque. Encontrándose cerca de Alcorcón, ambas agrupaciones republicanas estarían dejado encerradas dentro de una bolsa a las fuerzas enemigas que asediaban Madrid, las cuales, una vez aisladas de su retaguardia, podrían ser derrotadas o forzadas a rendirse en un tiempo relativamente corto. Aparte de este propósito principal, mediante esta maniobra de cerco el Mando republicano esperaba también poder poner fin a los bombardeos que la artillería franquista hacía diariamente sobre los barrios populares y la línea del frente urbano, causando una gran destrucción en los edificios y la muerte de muchos civiles, lo que constituía un crimen de guerra que prácticamente no tenía precedentes hasta entonces.
Dentro del panorama general de los preparativos para la ofensiva de julio, que como dijimos se lanzaría el día 6, uno de los muchos aspectos que se debieron planificar cuidadosamente fue el relativo a la evacuación y atención a los combatientes heridos, que se esperaban por cientos cada día. El frente del II cuerpo, en la zona donde debía atacar el cuerpo de ejército de Vallecas, estaba a pocos cientos de metros de la calle Antonio López y del inicio de la carretera de Andalucía. Los primeros objetivos de los republicanos, los mejor defendidos y más difíciles de tomar, estaban por tanto dentro del barrio de Usera y pegados a la carretera de Toledo. Esto supuso que la zona de los principales combates fuese el espacio existente entre el río Manzanares y la zona cercana a la actual plaza Elíptica, que entonces era semi urbana. Para atender las bajas previstas en el cuerpo de ejército de Vallecas se reservaron los hospitales del II cuerpo de ejército: los de la división 4 (en la plaza de Mariano de Cavia), división 6 (en La Elipa) y división 18 (calle Cartagena 121). Si las comparamos con las del Ejército de Maniobra, las evacuaciones de este sector resultarían más cortas y sencillas, lo que sin duda ayudó a salvar la vida de muchos heridos. 
Es necesario señalar que si esta ofensiva republicana es conocida como batalla de Brunete es porque no se llegó a materializar el cerco antes mencionado y porque en la zona del cuerpo de ejército de Vallecas los combates solo duraron cuatro días (del 6 al 10), mientras que en el otro sector, entre el Guadarrama y el Perales, estos se prolongaron durante 20 jornadas. En Usera los republicanos atacaron reiteradamente el vértice Basurero, el cerro Blanco, el Ventorro de los Pájaros y la carretera de Toledo, pero no consiguieron romper las líneas enemigas por ninguno de estos puntos, y mucho menos alcanzar su retaguardia.
Seguramente en futuros artículos volveremos a intentar relatar las operaciones que sostuvieron las divisiones de Gallo y Bueno empleando finalmente a las brigadas 7, 19, 21, 36, 41, 42, 43 y 49, pero ahora nos conformaremos solo con intentar sacar del olvido a uno de los tres centros sanitarios antes mencionados: el entonces hospital de la 18 división, situado en la calle Cartagena 121, cercano por tanto a la actual Avenida de América. Hoy este hospital sigue existiendo como clínica privada Quirón San José, de Cartagena 111, últimamente famosa por la relevancia de alguno de sus pacientes.
El informe que terminada la ofensiva elaboró el jefe de los servicios sanitarios del cuerpo de ejército de Vallecas (parece que su nombre era Ramón Roldán) dibuja un marco general de medios disponibles siempre escasos en relación con las necesidades calculadas. En esta memoria se afirma que, justo antes del inicio de la ofensiva, el hospital de la 18 división era el más importante de los tres que dependían directamente del II cuerpo de ejército, pues disponía de 250 camas y de dos equipos quirúrgicos aptos para atender heridos graves (habría entonces 28 hospitales militares o "de sangre" en Madrid). 
Cada uno de estos equipos quirúrgicos podía operar a un herido grave o a dos leves cada hora, y su capacidad de trabajo ininterrumpida se calculó en ¡30 horas!, explicadas por el entusiasmo y juventud de los cirujanos y los asistentes que los formaban. Aún así, se concluyó que la capacidad conjunta para realizar intervenciones quirúrgicas de los tres hospitales divisionarios, aún exigiéndose a los equipos hasta la extenuación, era muy inferior a la requerida para atender las bajas previstas (calculadas en 1.150 a 1.250 entre heridos leves, heridos graves y muertos solo el primer día de lucha), por lo que se hizo necesario reforzar las capacidades de los tres hospitales. Al de la 18 división, del que sabemos que contaba con el doctor Cienfuegos, fue agregado el doctor Sánchez Bresmes y los capitanes médicos Chamorro y Damia (o Denia). Se dispuso también que, si estos tres centros divisionarios se veían desbordados, los heridos debían ser trasladados al hospital militar nº 4 (antiguo hospital Provincial, actual centro de arte contemporáneo Reina Sofía, situado en Atocha).
Para realizar los traslados necesarios desde la línea de fuego a los puestos de socorro de los batallones y puestos de clasificación de las brigadas se contaba con los camilleros y sanitarios de las brigadas y sus unidades subordinadas. Los posteriores traslados entre los puestos de clasificación y los hospitales (distantes una media de 6 kilómetros) quedaron en principio a cargo de 25 ambulancias, 8 coches ligeros y 4 autocares, que juntos tenían capacidad para realizar 2.158 evacuaciones diarias.
En ruta hacia el hospital de la 18 división, una vez que las ambulancias que partían de los puestos de clasificación alcanzaban la plaza de Legazpi, debían circular por el paseo de Delicias, la glorieta de Atocha, el paseo del Prado, Recoletos y Castellana hasta su cruce con López de Hoyos (donde está la estatua de Castelar) y por esta última calle, seguir hasta Cartagena 121 (actual 111). Se asumía que el tráfico diurno de todas estas ambulancias con un recorrido pautado causaría dos grandes inconvenientes: atraería el fuego de la artillería enemiga y afectaría a la moral de los madrileños que contemplaran el reguero de heridos evacuados, pero la prioridad absoluta para el Mando de la sanidad militar era acortar al máximo el tiempo que mediaba entre la recogida del herido en la línea de fuego y su entrada al quirófano, pues de eso podía depender su vida. Estaba previsto que el hospital de la 18 división recibiera solo heridos graves, preferentemente de la 41 brigada mixta, y si resultaba necesario, los del mismo tipo de las brigadas 6, 7 y 19.
Además de los informes de los otros escalones sanitarios, los directores de cada hospital divisionario tendrían que remitir al Mando cada dos horas un parte con el número de heridos ingresados, especificando cuantos habían sido ya asistidos y cuantas camas quedaban vacantes. En partes diferenciados se debían consignar los automutilados recibidos (lo que interesaba a la justicia militar) y los heridos evacuables de inmediato, que estarían divididos en dos categorías: recuperables en menos de 10 días y recuperables en más de 10 días, lo cual determinaba cual sería su nuevo hospital de destino. 
Cuando el día 10 de julio el Mando republicano decidió suspender la acción a cargo del cuerpo de ejército de Vallecas para concentrarse en la dura batalla que estaba teniendo lugar en torno a Brunete, seguramente los hospitales de las divisiones 4, 6 y 18 empezaron a atender también heridos pertenecientes al Ejército de Maniobra, que por su número y gravedad ya estaban llegando a todos los centros disponibles en Madrid. Seguramente el mes de julio de 1937 fue uno de los más difíciles y exigentes de toda la guerra para la sanidad militar republicana de Madrid, ya que el número de bajas de todas las unidades, ya estuvieran implicadas en la batalla de Brunete o en la cobertura de los sectores próximos, posiblemente se acercaron a las 30.000, lo que da una idea de la magnitud del drama que se vivió en la retaguardia de las zonas de combate y del monumental esfuerzo que desplegaron quienes formaban parte del servicio sanitario militar. En la memoria del jefe de la sanidad del cuerpo de ejército de Vallecas se valora que los tres hospitales divisionarios desempeñaron perfectamente la gigantesca labor que la ofensiva propia les impuso, lo que significó por ejemplo que solo durante los primeros cuatro días de combates tuvieran que hacerse cargo de cerca de 1.800 bajas provenientes del sector de Usera. 
Hoy el actual hospital privado de la calle Cartagena 111 parece técnicamente puntero y seguramente tiene equipo, profesionales y tiempo de sobra para atender de la mejor manera a sus actuales pacientes (¿o deberíamos llamarlos clientes?). Lo que no tiene este centro es ni una simple placa en su fachada que mencione el vínculo que une a su edificio más antiguo con la guerra civil y con la defensa de Madrid, o los nombres de los cirujanos que seguramente batieron todos los record de la profesión salvando vidas y recomponiendo cuerpos heridos por la metralla, las balas o las quemaduras. A pesar de esto, es posible que muchos de nosotros conozcamos este hospital. Fue el lugar donde hace poco tiempo decenas de periodistas y cámaras hacían guardia durante horas en su puerta aguardando el último parte médico del ciudadano Juan Carlos de Borbón, anterior rey de España, quien tenía entonces mal la cadera por haber sufrido varios accidentes laborales esquiando y una desafortunada caída mientras cazaba elefantes en África. 
Los tiempos cambian continuamente, y la memoria republicana que habita en tantas esquinas de Madrid no se pierde, sino que inesperadamente sigue saliendo a la luz a pesar de los esfuerzos por borrarla hechos durante la dictadura, la Transición y los años presentes. 
Quien sabe si esa memoria resistente nos traerá inspiración...
Ernesto Viñas y Sven Tuytens.

Para leer más sobre este tema podeis entrar en "Primer Ejército de Maniobra" y acceder a las monografías que tratan sobre el cuerpo de ejército de Vallecas y la Sanidad Militar republicana durante la batalla de Brunete.