viernes, 29 de diciembre de 2017

Algunos datos sobre la artillería antiaérea republicana en 1937

Un documento encontrado en el AHEA  (Archivo Histórico del Ejército del Aire) nos ayuda a conocer con cierta profundidad uno de los muchos aspectos militares de los que no parece existir una información muy detallada ni completa. En este caso hablamos de los datos recogidos en octubre de 1937 por el CGG (Cuartel General del Generalísimo) gracias al testimonio de un oficial republicano que se pasó al Ejército sublevado en algún momento previo. Según declaró este oficial al SIM (Servicio de Investigación Militar) franquista tras su deserción, la DECA (Defensa Contra Aeronaves) republicana era un servicio afecto a la Aviación (y no como podría pensarse, al Ejército de Tierra). Sus efectivos y materiales eran por tanto considerados “fuerzas del Aire”, siendo sus oficiales reclutados entre los procedentes de la Artillería e Ingenieros, mientras que los soldados y suboficiales (llamados genéricamente clases de tropa) sí venían generalmente de Aviación.
Siempre según este documento, la DECA republicana se formó a partir de un decreto gubernamental que transfería a la Subsecretaría del Aire todo el personal y el material que quedaron en la zona leal tras el golpe de Estado de julio de 1936. Estos eran: el Grupo de Defensa Contra Aeronaves nº 1 de Madrid y las baterías antiaéreas emplazadas Mahón y Cartagena. Posteriormente, a medida que se iba superando la desorganización inicial y llegaba el nuevo material soviético, las incorporaciones de oficiales artilleros se fueron haciendo con el concurso de la Inspección General de Artillería, debiendo los candidatos ser alumnos titulados de la Escuela Popular de Guerra nº 2 de Artillería, situada inicialmente en Lorca y más tarde en Almansa. Por su parte, los oficiales procedentes de Ingenieros, concretamente de los Grupos de Alumbrado, cubrían el manejo de los proyectores de luz y la extensa red de escucha y alerta destinada a detectar y calibrar de manera temprana las incursiones aéreas enemigas sobre el territorio propio. Las nuevas incorporaciones de este último tipo de especialistas se habría hecho en base a los alumnos diplomados en la Escuela Popular de Guerra nº 4 de Ingenieros, establecida en Godella (Valencia), los cuales debían superar además un cursillo de observadores de aeroplanos que se dictaba en Los Alcázares (Murcia).
Estas escuelas militares de urgencia fueron creadas sobre el papel  en noviembre de 1936 y comenzaron a funcionar efectivamente en enero de 1937, coincidiendo con el importante salto hacia la militarización de las milicias que se produjo en esa misma fecha. Para integrarse en las fuerzas del Aire, los oficiales recién salidos de las academias de Lorca o de Godella debían acreditar una alta capacidad técnica y unas inequívocas convicciones y lealtad políticas, ya que el recién creado Ejército popular estaba poniendo en sus manos materiales y tropas muy especializadas y difíciles de reemplazar.

Foto: archivo Alter Szerman, Bruselas


En octubre de 1937, la Jefatura de la DECA dependía de la Subsecretaría del Aire, y ambas estaban en Valencia, sede del Gobierno presidido por Juan Negrín. Entonces el Ministerio de Defensa Nacional acababa de ser reorganizado tras la fusión (en mayo) de los anteriores Ministerios de Guerra y de Marina y Aire. El nuevo ministro de Defensa era Indalecio Prieto, siendo el  jefe de la DECA el coronel Juan Hernández Sarabia, quien, siempre según este documento, tenía como consejero al coronel soviético “Schester”. Bajo las órdenes de Sarabia estaban (quizás hubiera más) los departamentos encargados de la información antiaérea, el municionamiento, la defensa pasiva, la red de escucha, la inspección de fonos y proyectores, el servicio de aero – química, la dirección de las distintas escuelas, las secciones de operaciones y organización y el centro administrativo. Junto a ellos, la Secretaría Técnica era el órgano más importante después de la propia Jefatura, pues era el verdadero cerebro de la DECA y de ella emanaban las órdenes a los distintos destacamentos presentes en los frentes.
La red de escucha era una organización que abarcaba toda extensión de la zona republicana a través de sus diversas “mallas”, cada una de las cuales está formada por 20 a 25 puestos de observación conectados telefónicamente con un puesto central o centro director, mandado por un teniente y dotado con una moto para permitirle hacer una inspección periódica de todos los puestos. Existían unas 15 mallas y otros tantos puestos centrales, a su vez unidos entre sí y con uno principal situado en Valencia mediante radios. Los puestos de cada malla estaban atendidos por paisanos de los núcleos de población en los que estaban situados, disponiendo sus servidores de prismáticos y de un fichero de siluetas que debían servirles para reconocer  los aviones enemigos, a los que tenían que intentar identificar también por el ruido de sus motores. Para cubrir esta misma función en la zona costera de Valencia, existían dos barcas dotadas de ametralladora y radio que permanecían las 24 horas internadas 40 kilómetros dentro del mar, concretamente frente a la Malvarrosa y el Salé.
En los lugares donde se encontraban emplazadas defensas activas (artillería antiaérea) se había creado un destacamento, cuyo jefe lo era también de la DECA local, estando entre sus funciones la de presidir la junta de defensa pasiva local, formada al menos por él mismo, el alcalde, un arquitecto, un farmacéutico y un representante de la Dirección General de Seguridad. Estas juntas entendían sobre todo lo relacionado con la construcción de refugios, medidas de alarma, servicios contra incendio y de desescombro, alumbrado, orden público, etc. En octubre de 1937 existieron jefes de la DECA local al menos en Cartagena, Mahón, Barcelona, Alicante, Pozoblanco, Madrid, Guadalajara, Cuenca, Albacete, Almería y Castellón.  

En lo referente al material artillero con que contaba la DECA republicana, el oficial pasado al campo franquista afirmaba que aquel era muy diverso, resultando verdaderamente útil frente a la aviación  moderna solo el formado por 8 baterías de cañones antiaéreos de 76,2 mm Modelo 1931 soviéticos (serían 24 piezas) y por unas 66 ametralladoras cañón Oerlikon, de 20 mm. Estas últimas eran de diseño alemán y en su versión  más habitual en el campo republicano, permitían una cadencia de tiro de 170 disparos por minuto, con una acción eficaz en tiro vertical hasta los 1.200 metros y en tiro horizontal hasta los 1.400 metros. Los almacenes republicanos tenían entonces municiones en abundancia, de hasta 9 tipos distintos, y dotadas de espoletas explosivas o perforantes.
De las 8 baterías “rusas” Modelo 1931, dice el documento que tres estaban íntegramente servidas por brigadistas internacionales. De ellas, dos no salían nunca de Madrid, donde servían y donde radicaba su Estado Mayor, también formado por oficiales y personal extranjero, los cuales habían llegado a España junto al primer material, siendo también los responsables de instruir a los primeros españoles en el empleo de estos cañones. Otra batería de este tipo estaba fija en Valencia, en las proximidades del campo de fútbol de Mestalla. Las cinco baterías restantes se desplazaban según las necesidades de cada momento, habiendo estado una de ellas mucho tiempo en Almería y otra en Guadalajara. Tras el ataque al acorazado alemán Deutschland, en mayo, Valencia recibió otra batería adicional, y de cara a la ofensiva republicana de Brunete, las cinco baterías no fijas fueron trasladadas al frente de Madrid (que, siempre según este testimonio, contó entonces con 7 de las 8 existentes).
Continúa el informe diciendo que este material artillero era muy bueno. Como pieza artillera, el cañón de 76,2 mm es calificado como poco menos que perfecto gracias a su diseño moderno, su gran alcance (15 km) en proyección horizontal y 8 km de techo, su alta cadencia de tiro (25 disparos por minuto y pieza) y su fácil maniobra. También califica como “muy perfectos y fáciles de manejar”  los elementos que componían la dirección de tiro de la batería. Menores elogios recibía sin embargo el proyectil que disparaba esta arma formidable. De él se dice que solo existía un tipo, el de metralla, que tenía poco efecto y que llevaba una espoleta de tiempo que, por alcanzar solo 32 segundos, no permitía alcances verticales superiores a los 8.000 metros. Toda la munición, igual que las piezas que las disparaban, era soviética, aunque en Valencia entonces se estaba intentando desarrollar un proyectil rompedor de diseño y producción nacionales, siendo incluso posible que ya se hubiera conseguido. Desde mayo se estaban esperando nuevas baterías de este modelo procedentes de la URSS, pero a mediados de agosto estas aún no habían llegado. El tema del número de piezas recibidas es controvertido, pero según coinciden los principales estudiosos del tema, habrían llegado 67 cañones de este modelo durante toda la GCE en tres envíos, uno al principio de 1937 y otros dos en 1938. Otras fuentes hablan de 32 piezas presentes en la zona republicana   desde el principio de 1937, pero hay que tener en cuenta que siempre habría alguna en reparación y otras, aunque fueran pocas, serían necesarias en la Escuela Popular de Guerra para enseñar su manejo a los nuevos oficiales.   

Seguramente, en materia de armamento, nada evolucionó tanto entre la I GM y la GCE como la aviación, un arma entonces recién creada, que en los 20 años que separaron ambos conflictos vivió un progreso técnico sin precedentes. En términos generales en ese periodo se consiguió triplicar o cuadruplicar las velocidades y los techos operativos de sus aparatos de caza y bombardeo. Frente a esto, la artillería AA se vio obligada a seguir una evolución similar si quería dar una protección razonable a las ciudades, fábricas, tropas y fortificaciones que pudieran ser objetivo de ataques aéreos. En este contexto, en 1936 -39, las piezas de que disponía el Ejército español previas a la GCE ya habían quedado obsoletas frente a los nuevos aviones italianos, alemanes o soviéticos, y en el campo republicano, solo los dos materiales artilleros antes mencionados eran técnicamente aptos y fiables para las defensas a media y gran altura (artillería de 76,2 mm) y a baja altura (artillería de 20 mm). La revolución técnica que experimentó la aviación en los años 30 convirtió en prácticamente inservibles las piezas artilleras que, originalmente diseñadas para el tiro terrestre, fueron adaptadas al tiro antiaéreo durante la I GM. Ya en aquél conflicto se pudo comprobar que el proyectil disparado con las piezas de calibre de 75 mm apenas alcanzaba la altura y la velocidad requeridas para contrarrestar eficazmente a los bombarderos que volaban a 120 km/h a 2.000 metros. ¿Que iban a poder hacer contra aparatos que dos décadas después podían volar a 6 o 7.000 metros de altura con velocidades cercanas a los 500 km/h?
Sin duda las aviaciones de gran bombardeo creadas por la Alemania nazi y la Italia fascista que actuaron en España en apoyo del Ejército franquista tuvieron en las baterías AA de 76,2 mm un enemigo muy peligroso y efectivo, pero que resultó ser insuficiente en cuanto a número. Si cinco baterías (15 piezas), con la inestimable ayuda de la aviación de caza propia, con dificultades consiguieron contener y limitar a las aviaciones enemigas durante la batalla de Brunete, es fácil imaginar que un máximo de 22 baterías (67 piezas, que además nunca estuvieron todas operativas a la vez) resultaban absolutamente  insuficientes  para defender toda la zona republicana. Esta artillería y sus servidores no solo debían atender las necesidades defensivas de los frentes de guerra, sino también a las de las ciudades grandes, medianas y pequeñas, pues todas, aunque no tuvieran instalaciones militares, eran objetivos reales o potenciales en una guerra conducida por jefes fascistas que, además de despreciar las vidas y las infraestructuras civiles, querían mostrar al resto del mundo su poder de destrucción aéreo. El gran desarrollo de la red de alerta y los innumerables refugios antiaéreos construidos a lo largo y ancho de la zona republicana son una prueba inequívoca de esto. Bajo los Junkers, Heinkel, Dornier y Savoia, cuando no se podía contar con medios activos (aviación de caza y artillería AA), solo quedaba esmerarse en conseguir la mejor defensa pasiva posible: oscurecimiento nocturno, evacuaciones de civiles, alerta temprana y enmascaramiento y dispersión de las instalaciones productivas o de las fuerzas combatientes. Por la magnitud de la amenaza aérea, incluso en la batalla de Brunete, que como dijimos contó con una fuerte presencia de artillería antiaérea, los grandes movimientos de tropas y el suministro y las evacuaciones del Ejército de Maniobra tuvieron que ser fundamentalmente nocturnos.

Para este artículo resultó tan importante el documento encontrado en el archivo militar de Villaviciosa de Odón como la foto de un cañón – ametralladora republicano y sus servidores que nos ha permitido publicar la familia del brigadista belga Alter Szerman, jefe de la compañía Botwin, integrada en el batallón Edgar André de la XI brigada internacional. Les estamos muy agradecidos por su generosidad.


Ernesto Viñas y Sven Tuytens.