Un
documento encontrado en el AHEA (Archivo
Histórico del Ejército del Aire) nos ayuda a conocer con cierta profundidad uno
de los muchos aspectos militares de los que no parece existir una información
muy detallada ni completa. En este caso hablamos de los datos recogidos en
octubre de 1937 por el CGG (Cuartel General del Generalísimo) gracias al
testimonio de un oficial republicano que se pasó al Ejército sublevado en algún
momento previo. Según declaró este oficial al SIM (Servicio de Investigación
Militar) franquista tras su deserción, la DECA (Defensa Contra Aeronaves)
republicana era un servicio afecto a la Aviación (y no como podría pensarse, al
Ejército de Tierra). Sus efectivos y materiales eran por tanto considerados
“fuerzas del Aire”, siendo sus oficiales reclutados entre los procedentes de la
Artillería e Ingenieros, mientras que los soldados y suboficiales (llamados
genéricamente clases de tropa) sí venían generalmente de Aviación.
Siempre
según este documento, la DECA republicana se formó a partir de un decreto
gubernamental que transfería a la Subsecretaría del Aire todo el personal y el
material que quedaron en la zona leal tras el golpe de Estado de julio de 1936.
Estos eran: el Grupo de Defensa Contra Aeronaves nº 1 de Madrid y las baterías
antiaéreas emplazadas Mahón y Cartagena. Posteriormente, a medida que se iba
superando la desorganización inicial y llegaba el nuevo material soviético, las
incorporaciones de oficiales artilleros se fueron haciendo con el concurso de
la Inspección General de Artillería, debiendo los candidatos ser alumnos
titulados de la Escuela Popular de Guerra nº 2 de Artillería, situada
inicialmente en Lorca y más tarde en Almansa. Por su parte, los oficiales procedentes
de Ingenieros, concretamente de los Grupos de Alumbrado, cubrían el manejo de
los proyectores de luz y la extensa red de escucha y alerta destinada a
detectar y calibrar de manera temprana las incursiones aéreas enemigas sobre el
territorio propio. Las nuevas incorporaciones de este último tipo de especialistas
se habría hecho en base a los alumnos diplomados en la Escuela Popular de
Guerra nº 4 de Ingenieros, establecida en Godella (Valencia), los cuales debían
superar además un cursillo de observadores de aeroplanos que se dictaba en Los
Alcázares (Murcia).
Estas
escuelas militares de urgencia fueron creadas sobre el papel en noviembre de 1936 y comenzaron a funcionar
efectivamente en enero de 1937, coincidiendo con el importante salto hacia la
militarización de las milicias que se produjo en esa misma fecha. Para
integrarse en las fuerzas del Aire, los oficiales recién salidos de las
academias de Lorca o de Godella debían acreditar una alta capacidad técnica y
unas inequívocas convicciones y lealtad políticas, ya que el recién creado
Ejército popular estaba poniendo en sus manos materiales y tropas muy
especializadas y difíciles de reemplazar.
Foto: archivo Alter Szerman, Bruselas |
En
octubre de 1937, la Jefatura de la DECA dependía de la Subsecretaría del Aire,
y ambas estaban en Valencia, sede del Gobierno presidido por Juan Negrín. Entonces
el Ministerio de Defensa Nacional acababa de ser reorganizado tras la fusión (en
mayo) de los anteriores Ministerios de Guerra y de Marina y Aire. El nuevo
ministro de Defensa era Indalecio Prieto, siendo el jefe de la DECA el coronel Juan Hernández
Sarabia, quien, siempre según este documento, tenía como consejero al coronel
soviético “Schester”. Bajo las órdenes de Sarabia estaban (quizás hubiera más)
los departamentos encargados de la información antiaérea, el municionamiento,
la defensa pasiva, la red de escucha, la inspección de fonos y proyectores, el
servicio de aero – química, la dirección de las distintas escuelas, las secciones
de operaciones y organización y el centro administrativo. Junto a ellos, la
Secretaría Técnica era el órgano más importante después de la propia Jefatura,
pues era el verdadero cerebro de la DECA y de ella emanaban las órdenes a los
distintos destacamentos presentes en los frentes.
La
red de escucha era una organización que abarcaba toda extensión de la zona
republicana a través de sus diversas “mallas”, cada una de las cuales está
formada por 20 a 25 puestos de observación conectados telefónicamente con un
puesto central o centro director, mandado por un teniente y dotado con una moto
para permitirle hacer una inspección periódica de todos los puestos. Existían
unas 15 mallas y otros tantos puestos centrales, a su vez unidos entre sí y con
uno principal situado en Valencia mediante radios. Los puestos de cada malla
estaban atendidos por paisanos de los núcleos de población en los que estaban
situados, disponiendo sus servidores de prismáticos y de un fichero de siluetas
que debían servirles para reconocer los
aviones enemigos, a los que tenían que intentar identificar también por el
ruido de sus motores. Para cubrir esta misma función en la zona costera de
Valencia, existían dos barcas dotadas de ametralladora y radio que permanecían
las 24 horas internadas 40 kilómetros dentro del mar, concretamente frente a la
Malvarrosa y el Salé.
En
los lugares donde se encontraban emplazadas defensas activas (artillería
antiaérea) se había creado un destacamento, cuyo jefe lo era también de la DECA
local, estando entre sus funciones la de presidir la junta de defensa pasiva
local, formada al menos por él mismo, el alcalde, un arquitecto, un
farmacéutico y un representante de la Dirección General de Seguridad. Estas
juntas entendían sobre todo lo relacionado con la construcción de refugios,
medidas de alarma, servicios contra incendio y de desescombro, alumbrado, orden
público, etc. En octubre de 1937 existieron jefes de la DECA local al menos en Cartagena,
Mahón, Barcelona, Alicante, Pozoblanco, Madrid, Guadalajara, Cuenca, Albacete,
Almería y Castellón.
En
lo referente al material artillero con que contaba la DECA republicana, el
oficial pasado al campo franquista afirmaba que aquel era muy diverso,
resultando verdaderamente útil frente a la aviación moderna solo el formado por 8 baterías de
cañones antiaéreos de 76,2 mm Modelo 1931 soviéticos (serían 24 piezas) y por
unas 66 ametralladoras cañón Oerlikon, de 20 mm. Estas últimas eran de diseño
alemán y en su versión más habitual en
el campo republicano, permitían una cadencia de tiro de 170 disparos por minuto,
con una acción eficaz en tiro vertical hasta los 1.200 metros y en tiro
horizontal hasta los 1.400 metros. Los almacenes republicanos tenían entonces municiones
en abundancia, de hasta 9 tipos distintos, y dotadas de espoletas explosivas o
perforantes.
De
las 8 baterías “rusas” Modelo 1931, dice el documento que tres estaban
íntegramente servidas por brigadistas internacionales. De ellas, dos no salían
nunca de Madrid, donde servían y donde radicaba su Estado Mayor, también
formado por oficiales y personal extranjero, los cuales habían llegado a España
junto al primer material, siendo también los responsables de instruir a los
primeros españoles en el empleo de estos cañones. Otra batería de este tipo
estaba fija en Valencia, en las proximidades del campo de fútbol de Mestalla.
Las cinco baterías restantes se desplazaban según las necesidades de cada
momento, habiendo estado una de ellas mucho tiempo en Almería y otra en
Guadalajara. Tras el ataque al acorazado alemán Deutschland, en mayo, Valencia
recibió otra batería adicional, y de cara a la ofensiva republicana de Brunete,
las cinco baterías no fijas fueron trasladadas al frente de Madrid (que,
siempre según este testimonio, contó entonces con 7 de las 8 existentes).
Continúa
el informe diciendo que este material artillero era muy bueno. Como pieza
artillera, el cañón de 76,2 mm es calificado como poco menos que perfecto
gracias a su diseño moderno, su gran alcance (15 km) en proyección horizontal y
8 km de techo, su alta cadencia de tiro (25 disparos por minuto y pieza) y su
fácil maniobra. También califica como “muy perfectos y fáciles de manejar” los elementos que componían la dirección de
tiro de la batería. Menores elogios recibía sin embargo el proyectil que
disparaba esta arma formidable. De él se dice que solo existía un tipo, el de
metralla, que tenía poco efecto y que llevaba una espoleta de tiempo que, por
alcanzar solo 32 segundos, no permitía alcances verticales superiores a los
8.000 metros. Toda la munición, igual que las piezas que las disparaban, era
soviética, aunque en Valencia entonces se estaba intentando desarrollar un proyectil
rompedor de diseño y producción nacionales, siendo incluso posible que ya se
hubiera conseguido. Desde mayo se estaban esperando nuevas baterías de este
modelo procedentes de la URSS, pero a mediados de agosto estas aún no habían
llegado. El tema del número de piezas recibidas es controvertido, pero según
coinciden los principales estudiosos del tema, habrían llegado 67 cañones de
este modelo durante toda la GCE en tres envíos, uno al principio de 1937 y
otros dos en 1938. Otras fuentes hablan de 32 piezas presentes en la zona
republicana desde el principio de 1937,
pero hay que tener en cuenta que siempre habría alguna en reparación y otras,
aunque fueran pocas, serían necesarias en la Escuela Popular de Guerra para
enseñar su manejo a los nuevos oficiales.
Seguramente,
en materia de armamento, nada evolucionó tanto entre la I GM y la GCE como la
aviación, un arma entonces recién creada, que en los 20 años que separaron
ambos conflictos vivió un progreso técnico sin precedentes. En términos
generales en ese periodo se consiguió triplicar o cuadruplicar las velocidades y
los techos operativos de sus aparatos de caza y bombardeo. Frente a esto, la
artillería AA se vio obligada a seguir una evolución similar si quería dar una
protección razonable a las ciudades, fábricas, tropas y fortificaciones que
pudieran ser objetivo de ataques aéreos. En este contexto, en 1936 -39, las
piezas de que disponía el Ejército español previas a la GCE ya habían quedado
obsoletas frente a los nuevos aviones italianos, alemanes o soviéticos, y en el
campo republicano, solo los dos materiales artilleros antes mencionados eran
técnicamente aptos y fiables para las defensas a media y gran altura
(artillería de 76,2 mm) y a baja altura (artillería de 20 mm). La revolución
técnica que experimentó la aviación en los años 30 convirtió en prácticamente inservibles
las piezas artilleras que, originalmente diseñadas para el tiro terrestre,
fueron adaptadas al tiro antiaéreo durante la I GM. Ya en aquél conflicto se
pudo comprobar que el proyectil disparado con las piezas de calibre de 75 mm
apenas alcanzaba la altura y la velocidad requeridas para contrarrestar
eficazmente a los bombarderos que volaban a 120 km/h a 2.000 metros. ¿Que iban
a poder hacer contra aparatos que dos décadas después podían volar a 6 o 7.000
metros de altura con velocidades cercanas a los 500 km/h?
Sin
duda las aviaciones de gran bombardeo creadas por la Alemania nazi y la Italia
fascista que actuaron en España en apoyo del Ejército franquista tuvieron en
las baterías AA de 76,2 mm un enemigo muy peligroso y efectivo, pero que resultó
ser insuficiente en cuanto a número. Si cinco baterías (15 piezas), con la
inestimable ayuda de la aviación de caza propia, con dificultades consiguieron contener
y limitar a las aviaciones enemigas durante la batalla de Brunete, es fácil
imaginar que un máximo de 22 baterías (67 piezas, que además nunca estuvieron
todas operativas a la vez) resultaban absolutamente insuficientes
para defender toda la zona republicana. Esta artillería y sus servidores
no solo debían atender las necesidades defensivas de los frentes de guerra,
sino también a las de las ciudades grandes, medianas y pequeñas, pues todas,
aunque no tuvieran instalaciones militares, eran objetivos reales o potenciales
en una guerra conducida por jefes fascistas que, además de despreciar las vidas
y las infraestructuras civiles, querían mostrar al resto del mundo su poder de
destrucción aéreo. El gran desarrollo de la red de alerta y los innumerables
refugios antiaéreos construidos a lo largo y ancho de la zona republicana son una
prueba inequívoca de esto. Bajo los Junkers, Heinkel, Dornier y Savoia, cuando
no se podía contar con medios activos (aviación de caza y artillería AA), solo
quedaba esmerarse en conseguir la mejor defensa pasiva posible: oscurecimiento
nocturno, evacuaciones de civiles, alerta temprana y enmascaramiento y
dispersión de las instalaciones productivas o de las fuerzas combatientes. Por
la magnitud de la amenaza aérea, incluso en la batalla de Brunete, que como
dijimos contó con una fuerte presencia de artillería antiaérea, los grandes
movimientos de tropas y el suministro y las evacuaciones del Ejército de
Maniobra tuvieron que ser fundamentalmente nocturnos.
Para
este artículo resultó tan importante el documento encontrado en el archivo
militar de Villaviciosa de Odón como la foto de un cañón – ametralladora
republicano y sus servidores que nos ha permitido publicar la familia del
brigadista belga Alter Szerman, jefe de la compañía Botwin, integrada en el
batallón Edgar André de la XI brigada internacional. Les estamos muy
agradecidos por su generosidad.
Ernesto
Viñas y Sven Tuytens.
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