Este artículo está escrito pensando fundamentalmente en las familias que se hayan propuesto buscar un combatiente muerto o desaparecido en los frentes de la guerra civil, pero también pretende resultar útil para quienes tuvieron en su entorno a un soldado que sobrevivió a la guerra y del cual ahora se quieren descubrir o ampliar datos sobre su trayectoria vital entre 1936 y 1939.
A 79 años del
inicio de la GCE, las experiencias de guerra que vivió cada combatiente se
suelen conocer en su entorno familiar por cartas, fotos o documentos oficiales,
pero en la mayoría de los casos, estamos comprobando que muchos hijos, nietos y
bisnietos solo cuentan con datos imprecisos sacados del relato del propio protagonista,
de un compañero de armas o de los parientes de más edad que lo conocieron
directamente. Por lo general los testimonios orales nunca fueron grabados o
contrastados cuando esto se pudo hacer, y hoy se van haciendo más difusos e
incompletos en la memoria de quienes quieren saber más cosas del “abuelo”
ausente. Estas personas no lo tienen fácil, entre otras cosas, porque desde el
final de la dictadura franquista no se ha hecho desde los poderes públicos
prácticamente ningún trabajo sistemático que facilite el conocimiento de las
biografías de guerra de los cientos de miles de combatientes que se vieron
involucrados en la GCE.
Frente a esta
desatención, e igual que ocurre en los casos de quienes sufrieron la represión,
el compromiso familiar con la memoria de un desaparecido en combate también
tiene razones afectivas y políticas, y el mismo derecho y urgencia por
resolverse, pero a diferencia de quienes fueron asesinados durante o después de
la guerra, los desaparecidos en el frente todavía no han llegado a recibir la
atención plena de las asociaciones de memoria histórica. Los desaparecidos en
combate (sobre todo si fueron del Ejército Popular) bajo nuestro criterio son el
grupo que hoy sigue más desatendido de cuantos tomaron parte en la GCE.
Con respecto al
papel de las instituciones, todos sabemos que tras la insuficiente Ley de
Memoria Histórica de 2007, la atención que el actual Gobierno presta a los
muchos miles de desaparecidos republicanos es tan pequeña, que lo que estamos
viviendo se puede calificar sin temor a equivocarnos de encubrimiento de los
crímenes franquistas y olvido premeditado de la historia. Ante este estado de
cosas, el mensaje primero y fundamental que queremos difundir, es que es
preciso seguir trabajando de forma voluntaria, pero también lo es mantener y
aumentar la exigencia sobre todos las administraciones del Estado hasta conseguir
que cada una en su espacio de responsabilidad inicie un trabajo serio orientado
a rastrear el paradero de quienes siguen desaparecidos, ya sea por causa de la
represión franquista o porque se perdieron en combate, sin importar a cuál de
los dos ejércitos pertenecieron.
En el caso de los
desaparecidos en combate, nuestra opinión es que el trabajo que se puede y se
debe hacer debería comenzar por realizar la digitalización y posterior estudio
individual y comparativo de una buena parte de los cientos de miles de
documentos guardados en los diferentes archivos militares y de otra procedencia
que existen en España y en otros países europeos. Entre estos documentos, ya
sean públicos o todavía secretos, custodiados por archivos históricos y
administrativos diversos, existen categorías enteras de papeles que se deberían
revisar de manera prioritaria porque contienen datos personales de individuos y
extensas listas con nombres de combatientes, que trabajados sistemáticamente,
permitirían confeccionar bases de datos con miles de nombres que de inmediato
se podrían poner a disposición de las familias implicadas en búsquedas. Esto se
puede hacer cumpliendo estrictamente las garantías del derecho a la intimidad
que contemplen las leyes vigentes y sin necesidad de grandes medios económicos.
Es ante todo una cuestión de voluntad política y de cualidades morales, pero a
pesar de ser relativamente sencillo, con excepciones tan honrosas como escasas,
este trabajo permanece sin acometerse. Existen, todavía en 2015, desinterés,
descompromiso y sobre todo, la inercia del desprecio a la memoria de los
republicanos, una situación heredada del franquismo que fue revalidada y
prolongada durante la Transición y que lamentablemente llega a nuestros días.
No se ha hecho justicia a los defensores del régimen republicano legítimo y
democrático solo otorgándoles pensiones u otro tipo de compensaciones
económicas. Hoy sigue pendiente el reconocimiento político a su lucha y la
adopción de una posición clara del
actual Estado frente al franquismo que solo puede ser de repudio, pero esto,
con gobiernos como los que hemos tenido, y especialmente con el actual, sabemos
que resulta imposible.
Los combatientes
desaparecidos del ejército franquista, tanto si asumieron conscientemente los
fines políticos del golpe de estado como si lucharon del lado de los sublevados
tras ser reclutados a la fuerza, tienen
el mismo derecho a ser buscados e identificados por petición de sus familias
que los republicanos. Esto no alteraría en nada
el propósito antes expuesto de condenar social e institucionalmente el
golpe del 18 de julio de 1936 y el régimen de él derivado, del que además
muchos de sus soldados pensamos que también fueron víctimas, no teniendo
objetivamente nada que ganar con el triunfo “nacional”, y sí mucho que perder
como ciudadanos y trabajadores en un país que entre 1931 y 1936 se hallaba en
la transición hacia la democracia efectiva en todos los aspectos, incluido el
económico.
Actualmente las
asociaciones de memoria histórica están dedicadas fundamentalmente a la
gigantesca tarea de localización y dignificación de los muertos causados por la
represión franquista. Si entendemos que hacen este trabajo prácticamente solas,
sin apoyo institucional, nos explicaremos
porqué quedan aún menos energía y medios para las búsquedas centradas en
combatientes, un tipo de protagonista o víctima de la guerra menos politizada y
más difícil de rastrear que los represaliados de la dictadura, ya que a las
dificultades antes expuestas deben sumarse otras específicas tales como la
movilidad de los ejércitos y la naturaleza caótica del combate.
Cuando se trata de
temas militares, cualquiera que haya pasado unas cuantas jornadas investigando
dentro de un archivo histórico de la GCE sabe cuantas pistas y preguntas nuevas
surgen con cada carpeta que se abre. Siguiendo un tema concreto, nosotros
mismos nos hemos encontrado a veces con documentos que permitirían iniciar
nuevas vías de investigación tan interesantes o más que la que nos ocupa desde
hace años, la batalla de Brunete, pero debemos resistir la tentación. Investigando
en Salamanca, Ávila o Madrid, resulta apabullante la riqueza documental guardada
en los archivos históricos, unos centros de acceso libre pero quizás poco conocidos
y visitados. Muchos de los documentos que pasan por nuestras manos relacionan
nombres personales con acciones bélicas concretas, y las informaciones que
contienen pueden darnos a conocer por
ejemplo la pertenencia de un soldado a una determinada unidad, pero también
sus combates, desplazamientos, dieta,
disciplina, mandos, armamento, moral, filiación política, etc.
Quienes trabajamos
organizados como Brunete en la Memoria empezamos hace cerca de ocho años a
intentar ayudar a las familias que se ponen en contacto con nosotros. En este
momento tenemos cerca de 80 búsquedas abiertas y 5 resueltas. Con la
experiencia adquirida y aprovechando los cientos de copias de documentos que
hemos acumulado, ya nos atrevemos a proponer unas pautas que puedan servir para
iniciar con alguna probabilidad de éxito la búsqueda del lugar de enterramiento
o el rastreo de la trayectoria de cualquier soldado que combatiera en esta
batalla o en esta zona de los frentes del Centro. Bajo nuestro criterio, con
ciertos conocimientos específicos, el mismo procedimiento y recursos también
pueden aplicarse al resto de frentes. La misma técnica de búsqueda que usamos
para caso de la batalla de Brunete puede servir para las demás zonas geográficas
y épocas de la GCE.
Un soldado o un
mando de cualquier unidad, combatiente o no, puede ser baja de muy diversas
formas: puede resultar muerto en zona propia y cerca de sus compañeros de
armas, en zona enemiga, en tierra de nadie, puede ser baja también por heridas
de guerra o por accidente, por enfermedad física o mental, por pasarse de
bando, por caer prisionero, por ocultarse o desertar, etc. De todas estas
distintas situaciones, algunas encuentran más frecuentemente reflejo en los
documentos generados por las unidades y estamentos militares. Por norma se
conservan más completos los archivos que provienen de unidades del ejército franquista;
es lógico que esto sea así, ya que el ejército que gana la guerra no tiene
necesidad de destruir documentación, ni llevarla consigo al exilio, ni de
ocultarla al conocimiento del vencedor. Los papeles generados por las diversas
unidades del ejército sublevado y de los diferentes escalones de su Mando,
incluido el superior, fueron según parece, reunidos y conservados de manera
ordenada. Hay que señalar no obstante, y esto afecta también al tema de los
nombres, que sobre toda esa documentación propia parece haber existido un
filtro, selección o censura que evitó que (si las hubo), llegaran hasta
nosotros menciones explícitamente críticas a la actuación de unidades o mandos,
o documentos en general desfavorables para los intereses del régimen
franquista.
Por el contrario, en
la documentación generada por el ejército popular la crítica y la opinión
personal poco o nada censurada son ingredientes habituales en muchos
documentos. En docenas de informes que hemos leído, junto a comentarios
positivos, se pueden leer también críticas a fuerzas de la propia unidad o de
otras vecinas por su actuación en el combate, relatos de las penurias
materiales, incluso si son debidas a una mala organización de los servicios
propios, etc. Todo esto es perfectamente coherente con una joven fuerza armada
en periodo de consolidación, lo que ocurre al tiempo que sostiene una guerra
sin cuartel en condiciones de dureza extrema. Lamentablemente, en contraste con
su mayor calidad, la documentación republicana presenta grandes zonas en
blanco, ya que no está conservada íntegramente, y esto reduce las posibilidades
de encontrar listas que contengan nombres de combatientes.
En síntesis, la idea general que se saca
del estudio de los documentos militares (de los relacionados con la batalla de
Brunete al menos), es que en el ámbito del ejército franquista la información
que ofrece su documentación es abundante y detallada, pero también es bastante
previsible, ya que está escrita de manera muy reglamentaria y no contiene
críticas a los escalones jerárquicos superiores ni a las capacidades combativas
de la tropa. Abundan las descripciones sospechosamente favorables de la
conducta militar propia y el menosprecio (en grado variable) de la del enemigo.
Estudiando sistemáticamente la documentación militar franquista llama la
atención que nunca aparezcan episodios de cobardía, ineficacia, mal comando,
etc, hechos que son comunes en cualquier guerra y ejército, pero que no
interesó a los vencedores que fueran conocidos. Del lado republicano, tenemos
una documentación mucho más incompleta, pero también más interesante y menos reglamentaria,
y por tanto, menos aburrida. Sabemos que no fue filtrada para intentar mejorar
la imagen del EPR, y aunque muchas veces duela lo que se está leyendo, la
sensación de que merece credibilidad es por lo general mayor que en el caso de
los documentos franquistas. Es común que entre los papeles del EPR se
encuentren versiones divergentes sobre un mismo hecho, mientras que tal cosa es
excepcional entre la documentación “nacional”.
Entrando en la
materia concreta de las búsquedas, después de haber tratado de describir a
grandes rasgos el panorama que puede
encontrar el investigador, podemos decir que como punto de partida resultará
casi imprescindible conocer algunos de los siguientes datos acerca del combatiente
a rastrear:
-
Nombre completo, fecha y lugar de
nacimiento.
-
Lugar de España donde estaba el 18
de julio de 1936 y/o en fechas posteriores.
-
Ejército y unidad o unidades en la
que combatió. Este dato puede recordarlo la familia o se puede llegar a saber
por documentos o cartas, ya sean personales u oficiales, por el sello de un
carné, carta, informe médico, etc. En determinados casos se puede llegar a
deducir la unidad en la que estuvo un combatiente a partir de un dato
geográfico, de una fecha o estación del año, del testimonio aportado por la
familia de un compañero de armas, del simple conocimiento nombre de un mando,
etc.
-
Si había cumplido el servicio
militar antes de la guerra.
-
Militancia política o sindical
conocida.
-
Fotos, o cualquier otro dato
personal, individual o colectivo, directo o indirecto. Todo puede servir, al
menos para acotar campos de búsqueda.
Un combatiente determinado puede aparecer nombrado individualmente con
su nombre y apellidos en un documento militar por diversos motivos: ser
destinado a una unidad, ser traslado de una a otra, por ingresar, ser
trasladado o dado de alta de un hospital, por recibir un ascenso, por serle
aplicada alguna medida disciplinaria, por estar ausente en una revista de
fuerzas, por ser baja en combate, por pasarse o ser tomado prisionero por el
enemigo (generalmente registra el nombre la fuerza receptora del pasado o el
prisionero, y no la que lo pierde), por ser condecorado o actuar de forma
destacada en combate, por recibir una misión especialmente peligrosa o
importante, etc. Generalmente las unidades franquistas, al terminar la batalla
de Brunete, tuvieron la costumbre de hacer las listas completas de las bajas
que tuvieron en las operaciones. Esas listas de bajas engloban muchas veces a
todas las categorías de combatientes, mientras que en otras ocasiones solo
aparecen identificados jefes, oficiales y suboficiales. En el caso de los
Regulares, combatientes de origen norteafricano, no siempre se anotaron sus nombres, sino que es frecuente que
figuren solo los números por los que eran identificados. Hasta ahora, del lado
republicano, no hemos encontrado listas específicas con los nombres de sus
bajas de la batalla de Brunete, aunque sí de otras.
Cuando respecto a
un combatiente concreto sabemos o intuimos que fue baja por acción de guerra,
lo primero en que deberíamos pensar es que pudo resultar herido, leve o de
gravedad variable, ya que las muertes instantáneas por explosión de un
proyectil o por arma de fuego suponen un porcentaje relativamente bajo del
total de las bajas ocurridas en un combate. Existe también la posibilidad de
que ese soldado pudiera haber sido hecho prisionero. En el caso de muerte en el
campo de batalla, pudo pasar que su cuerpo fuera recuperado por sus compañeros
de armas, que lo hiciera el enemigo, o que hubiera permanecido en la tierra de
nadie sin poder ser recogido. Cuando el cuerpo de un combatiente lo encuentra
su propio ejército, hay que suponer que el celo por identificarlo y acreditar
su baja será mayor que si lo hace el ejército contrario. También es casi seguro
que, de quedar un combatiente caído en manos de sus camaradas de armas, se
procedió a un enterramiento respetuoso y
en un lugar identificable posteriormente. En este caso, su identidad, si las
circunstancias lo permitieron, intentó ser averiguada y comunicada al Mando de
la unidad, el cual a su vez lo comunicaría al escalón superior del Ejército, y
el Ministerio de la Guerra a la familia, en caso de estar esta localizable. Si
el soldado resultó herido y fue hecho prisionero, en principio tuvo que ser
evacuado a un hospital, procediéndose con él en tanto no estuviese curado,
igual que con un combatiente del ejército propio, lo que debería dar lugar al
menos a una anotación de su identidad en un registro hospitalario. Frente a
esto, que es el comportamiento acorde con las leyes de guerra, existieron casos
en que soldados heridos fueron abandonados a su suerte o rematados en el campo
de batalla; esta práctica criminal, que también sufrieron en ocasiones los
prisioneros ilesos, nunca deja pruebas documentales hechas por el Mando
responsable del asesinato.
Cuando un soldado
herido era recogido en el campo de batalla, ya fuera por los sanitarios de su
propio ejército o por los del enemigo, normalmente se lo trasladaba en camilla
y sin pérdida de tiempo fuera de la línea de fuego para poder permitir una
primera cura y su evacuación. Eficacia, velocidad y una correcta práctica
médica eran fundamentales en esos momentos dramáticos para la vida del herido,
por lo que los ejércitos siempre debían tener previstos de antemano una
sucesión de puestos o escalones sanitarios pensados para garantizar al máximo
nivel posible la supervivencia del herido y ahorrarle sufrimientos. Una vez
recibida la primera cura y triage (evaluación) de su estado, el herido empezaba
a viajar hacia la retaguardia tan rápidamente como permitían la situación de
los combates, las vías existentes y la disponibilidad de medios de transporte.
Atendido en el puesto de socorro del batallón, debía pasar a una ambulancia o a
un camión, con un grado de prioridad condicionado por la gravedad y tipo de sus
heridas y por la disponibilidad de medios de evacuación. Sus siguientes paradas
serían bien otros puestos de clasificación de unidades superiores (sucesivamente
brigada, división y cuerpo de ejército) situadas a lo largo de la ruta que
terminaba en un hospital de sangre, o bien directamente el propio hospital de
sangre (para heridos de guerra), donde recibiría la atención quirúrgica o
especializada necesaria. Ya estabilizado e intervenido, podía ser dado de alta
directamente o ser trasladado a otro hospital de convalecencia para recuperarse
física o sicológicamente, recibir prótesis, hacer rehabilitación, etc.
Toda la actividad
militar siempre cuida mucho los aspectos burocráticos y estadísticos. Durante
la preparación de las operaciones que desembocaron en la batalla de Brunete, el
Mando republicano, al organizar los servicios sanitarios del Ejército de
Maniobra y del cuerpo de ejército de Vallecas puso un gran énfasis en que se
llevara en todo momento un estricto control
del número e identidad de todos los
heridos y fallecidos que se preveía recibir. Sin embargo, los documentos que
hemos podido consultar demuestran que, al menos en los puestos de clasificación
adelantados la realidad existente en muchos momentos impedía cumplir con esa
tarea, por lo que no siempre se pudieron hacer las identificaciones y estadísticas
exigidas por el Mando con la eficacia deseada. Del lado del ejército
franquista, la situación pudo ser parecida durante las primeras jornadas de
combates, ya que la ofensiva republicana les alcanzó de lleno y por sorpresa,
pero con el paso de los días la infraestructura de su sanidad militar se
expandiría y podría trabajar en mejores condiciones que la republicana, por
disponerse de líneas exteriores al campo de batalla para las evacuaciones y de
una paulatina superioridad aérea, lo que minimizaba el riesgo de ataques a vías
de comunicación y zonas de actividad y
concentración de hombres y materiales, incluidos los sanitarios.
Descritas
brevemente la teoría y la realidad vivida en torno a las evacuaciones y
tratamiento de las bajas, sabemos que cuanto más a retaguardia (más lejos del
frente) llegara un soldado evacuado, más posibilidades existieron que tal
situación quedara recogida en un documento. Además de en las listas de
prisioneros que cada ejército tomara a lo largo de las operaciones, centraremos
las búsquedas en los libros o fichas de alta y baja de los hospitales, en los
partes escritos desde puestos de clasificación de heridos, en las órdenes de
traslado de heridos a casas de reposo y centros de recuperación situados lejos
del frente, y en general, en cualquier tipo de documento de la sanidad militar
relativo a estadística y movimiento de pacientes. Otra fuente fundamental a la
hora de conocer el destino de un herido van a ser los registros civiles de
aquellos pueblos en los que existió un puesto de clasificación de heridos, un
hospital, o que simplemente se encontraban a lo largo de las carreteras que
unían centros sanitarios situados en la zona de operaciones militares. Igual
que ocurre actualmente, cualquier fallecimiento ocurrido en un municipio debía
quedar recogido en el libro de defunciones de su juzgado de paz o registro
civil correspondiente, por lo que las muertes causadas por heridas de guerra
durante las evacuaciones se deben buscar en los libros de defunciones con los
que cuentan todos los municipios del país. Del mismo modo, si se han
conservado, también habrá que consultar los documentos correspondientes a esa
época que se descubran en los archivos municipales, así como los libros
parroquiales (o registros de cementerios) de los municipios que tuvieron
centros de la sanidad militar. Lo habitual en esos casos es que fueran
habilitadas zonas especiales en los cementerios para enterrar a los
combatientes que fallecían en tránsito al hospital o dentro del mismo, lo que
como se puede imaginar, era algo frecuente. Por último, muchos enterramientos
colectivos de combatientes, tanto identificados como no identificados, fueron
levantados en torno al año 1959 para ser trasladados al Valle de los Caídos por
voluntad de Franco. La documentación conservada en este lugar identifica a una buena parte de los
cuerpos que se trasladaron y su correspondiente procedencia geográfica. El número
total de cuerpos que se cree que puede albergar el Valle de los Caídos se
acercaría a los 40.000, pertenecientes a los dos ejércitos.
En síntesis, para
tener alguna probabilidad de avanzar en una búsqueda de un combatiente proponemos armarse de mucha paciencia e
intentar seguir estos pasos:
-
Tratar de reunir el máximo número
de datos sobre la identidad del soldado buscado. Ayudará mucho conocer la
unidad o unidades por las que pasó, así como los frentes, hospitales, cursos,
ascensos o cualquier otra circunstancia de su participación en la guerra, por
irrelevante que parezca.
-
Tras reunir en el ámbito familiar
todos los datos posibles, tocará sumergirse en los archivos militares que
custodian toda la documentación que se conserva de la guerra civil, previamente
a lo cual, conviene aceptar que será mucho más probable encontrar información
que haga referencia a la unidad donde estuvo la persona buscada que a la propia
persona concreta. En primer lugar se debería buscar en los archivos militares
de Ávila (AGMAV) o Madrid (IHCM). De estos dos, el primero tiene fondos
originales y completos, mientras que el segundo guarda copia de cerca del 75 %
de esos mismos fondos. Si la búsqueda es de un combatiente del ejército
republicano, hay que consultar inexcusablemente el archivo de Salamanca (CDMH).
En todos los casos, hay que tener siempre en cuenta la jerarquía de las
unidades militares: sección, compañía, batallón, regimiento, brigada o brigada
mixta, división, cuerpo de ejército y ejército. Conociendo la relación de
pertenencia de cualquiera de estas unidades con respecto a las otras, ya sean
mayores o menores, el seguimiento documental se puede desarrollar de manera
lógica, y si hay suerte, incluso sencilla.
-
Si se sabe o se piensa que el
combatiente buscado pudo haber caído prisionero, lo que pudo desembocar en
juicio y presidio, se deberían consultar los archivos de la Dirección General
de Instituciones Penitenciarias, del Tribunal de Cuentas (ahora en Salamanca),
y de los Tribunales Militares Territoriales, estos, repartidos por todo el
país.
-
Además de lo dicho en los
apartados primero y segundo, también habrá que centrar la atención en los
registros civiles y archivos municipales y parroquiales de los pueblos y
ciudades de la zona de operaciones (considerada esta con amplitud), poniendo un
énfasis especial en los lugares que tuvieran uno o más hospitales o puestos de
clasificación de heridos. Para hacer bien este tipo de investigación, será
necesario conocer las líneas de evacuación previstas y la infraestructura
sanitaria sobre el terreno de ambos ejércitos, pero preferentemente de aquel
del que formaba parte el combatiente buscado. Las búsquedas centradas en el
ámbito hospitalario deben tener en cuenta que la política común a todos los
ejércitos de descongestionar la sanidad de la zona de guerra, por lo que, en
cuanto resultaba posible, a los heridos y enfermos se los trasladaba a la
retaguardia profunda de la zona propia, con lo que se dejaba una cama libre
cerca del frente. Esto obligará a rastrear en lugares alejados y en fechas
bastante posteriores (incluso varios meses) respecto a los datos geográficos y
temporales que marquen el punto inicial de nuestra búsqueda.
-
Buscar en el archivo provincial o
regional de cada zona concernida cualquier tipo de documentación hospitalaria o
relativa a los centros de reclutamiento de época. A modo de ejemplo, el Archivo
Regional de Madrid conserva cerca de 30.000 fichas de ingreso de heridos de
guerra en el entonces Hospital Provincial.
-
Se pueden consultar el Archivo
General Militar de Guadalajara y el Archivo General Militar de Segovia. El
primero de ellos guarda los historiales de tropa recogidos durante el servicio
militar. El segundo tiene los historiales de oficiales. No podemos aclarar con
precisión el periodo de tiempo al que pertenecen los documentos guardados en
ambos archivos, pero posiblemente abarquen desde antes de la guerra civil.
-
Entrar en contacto con el Valle de
los Caídos para averiguar si en sus libros de ingreso está registrada la
persona buscada. Una información menos importante, pero válida también, es la relativa a la procedencia de
cada una de las cajas que fueron trasladadas allí, principalmente en torno a
1959. En cada municipio desde donde se exhumaron y salieron esos restos se debió guardar documentación sobre este hecho.
-
Por último, recomendamos no
hacerse grandes expectativas de éxito, pero sobre todo, no abandonar la
búsqueda a pesar de las frustraciones que seguramente se acumularán a lo largo
de la investigación. La terquedad en el empeño y la lealtad al recuerdo del
familiar que hizo la guerra serán cualidades imprescindibles para mantener un
esfuerzo prolongado. También se necesitará imaginación y apertura mental para
descubrir nuevas fuentes orales, escritas, fotográficas o de cualquier otro
tipo. Hay que anotar todo lo que llame la atención y trabajar colectivamente si
es posible. También resultará de gran ayuda entrar en contacto con asociaciones
de memoria histórica o estudiosos de cada lugar y momento de la guerra. Si
compartimos información, cada avance parcial dará un poco más de luz a quienes
están en una situación similar.
Para terminar, no
debería olvidarse que la situación que vivimos actualmente es totalmente
anómala, ya que el Estado no está ejerciendo su deber de asistir en las
búsquedas de los desaparecidos de todo tipo que dejó tras de sí la guerra y la
represión franquista. Solucionar este déficit de justicia y de respeto a las
organizaciones y los ciudadanos será una tarea que tarde o temprano
realizaremos como sociedad desde unos poderes públicos verdaderamente
democráticos. No permitir que la actual situación de impunidad y olvido se
prolongue es también es una forma de homenaje a cada desaparecido que
deberíamos tener en cuenta por ejemplo al votar.
Mientras entre
todos hacemos llegar estos cambios tan necesarios a nuestra sociedad, nosotros
nos ofrecemos para ayudar desinteresadamente en cualquier búsqueda relacionada
con la batalla de Brunete o con esta zona del frente de Madrid en cualquier
momento de la guerra.
Brunete en la
Memoria, septiembre de 2015.
.